El secreto es no pensar: Un pensamiento en torno a Combi, la novela de Aníbal Costilla
/Por Cecilia Romana de La Papa editorial
Es raro, porque en realidad no pasa nada, pero pasa todo. Monssat no quiere saber nada. Al principio no le importa. Es un hombre joven que viaja en un ómnibus pequeño desde Nueva Esperanza hasta la ciudad de Santiago del Estero. Está acostumbrado a hacerlo y aprovecha ese tiempo para hacer anotaciones en una libreta “Nada importante ‒dice‒. Solo pensamientos y algunas reflexiones”. Nada importante, pero luego dice que le gustaría escribir un libro y publicarlo alguna vez.
Un hombre se sienta al lado de Monssat. Él sabe perfectamente quién es. Todos lo saben. Cosa de pueblo: nadie podría ignorar a la persona de un profesor, que además es funcionario público de alto rango, director de Cultura del municipio y que, encima, es esposo de una mujer que está presa por haber matado a la chica que era su amante. Esto lo sabemos porque lo cuenta Monssat, sin embargo, el viaje es solo un viaje en el que pasa lo mismo que en todos los viajes: un tránsito, un tiempo muerto demasiado vivo.
¿Quién es el profesor? Montecristo.
¿Cómo fue el asesinato? Horrible, en una pista de baile de El Saladillo, un paraje a 20 kilómetros de El Mojón, al norte de la provincia. La esposa de Montecristo llegó al local y sin mediar palabra le asestó a Carmen Correa, una joven de 25 años, alumna de su esposo, la puñalada en el estómago que la mató en el acto.
De pronto a Monssat se le despierta el interés por Montecristo. El hombre habla como si se las supiera todas y el joven llega a pensar en él como en una especie de Virgilio a quien vaya a saber quién le puso en el camino para que lo guiara cual si él fuera Dante, pero en realidad, tal vez recónditamente, Monssat se siente identificado con el profesor, pues el hombre recorre la noche en combi para visitar a su esposa presa ‒por homicidio, claro‒ y el joven va también a visitar a una presa, Marina, enjaulada no en una cárcel con rejas sino en la condena del matrimonio.
El viaje y su pulsión de movimiento está en las raíces mismas de la literatura: existe un Homero con una Odisea y un poético Cavafis con su Ítaca:
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Los viajes pueden ser externos, de un lado a otro, o ser viajes interiores. El tiempo es un tópico sustancial en el viaje. Está el paseo por sí y quién usa el paseo para meterse dentro de sí.
Bergson habló mucho sobre la vivencia del tiempo porque dura por reloj una cosa y dura otra para quien lo vive. Se podría pensar que, en un viaje, el tiempo es además otro tiempo: suma de dos tiempos distintos que conviven. No en vano cito a Constantino Cavafis (1863-1933), el lírico griego que con su obra dio impulso al renacimiento de la lengua griega moderna. Es que Aníbal Costilla es primero poeta y eso se siente en su novela, puesto que Monssat, su alter ego, no quiere pensar, pero termina, en cambio, haciendo una oda al pensamiento en cuanto usa la excusa para reflexionar sobre lo que debería o no hacer en un viaje.
¿Tiempo muerto? No solo en esa muerte en la que ya no pasa nada los personajes irán abriéndose y haciéndonos pensar a los lectores, sino que uno de ellos Monssat, hará por momentos un viaje hacia el pasado, a su niñez, adolescencia, para hablar nomás con Montecristo y con eso explicará, sin querer, su lugar actual, sentado en la combi mientras viaja a visitar a Marina a quien no debiera visitar.
La iniciación parece ser, como en todos los caminos que se emprenden hacia algo o alguien, un elemento insoslayable del recorrido. No se llegará igual que como se partió. No será el mismo ya quien ha viajado.
Costilla, nacido en 1980 en El Mojón, al noroeste de la provincia de Santiago del Estero, conoce muy bien los terrenos por donde lleva a sus personajes. Conoce la tierra y conoce a la gente que vive allí, porque él vive allí también, en Nueva Esperanza, a 15 kilómetros de El Mojón.
Ilustra la tapa del libro una Volkswagen Kombi de la década del 80 en cuyo costado se lee “Nueva Esperanza – Santiago Capital”. La combi es conducida por el gordo Lito, un tunante que sabe poco de caminos y tiene poco roce, pero habla bastante. Es curioso que el chofer no sea idóneo ‒hasta le roban la furgoneta en una oportunidad con todo lo que lleva arriba, dejando a pie a sus pasajeros‒, quien guía a los viajeros lo hace apenas por pericia en su móvil y por ser dueño de él, el verdadero manejo lo tiene allí el profesor que es quien guía a Monssat a destino. Un destino incierto, verdad, pero destino al fin.
Tal vez habría que mirar esta novela con otros ojos, unos que mostraran que en la quietud general de la acción hay también un movimiento y que el no pensar es meterse en un secreto. Costilla nos hace ver que el responsable de una muerte, pues la asesina está movida al crimen por su infidelidad, será el que enseña y quien viaja absorbido por una pasión prohibida, tiene la posibilidad de entender algo de cómo son en realidad las cosas escuchando a Montecristo. El amor, finalmente, está en la meta, tanto para Monssat como para el profesor. Uno busca a su esposa, el otro a su amante. Monssat podría ser el profesor, ¿qué nos impide pensar que el esposo de su amada Marina pueda buscarlo un día y apuñalarlo? El amor que mueve a Montecristo es un amor culposo. El de Monssat también, pero con esperanza. Eso es lo que los diferencia.
Inscripta en la tradición del viaje, Combi es una novela que parece fresca pero que, sin embargo, abre vericuetos a cada paso o, mejor dicho, en cada rodar de las cuatro ruedas. En el lirismo de un soñador que anota frases en su libreta y dice que ama a la mujer que no debiera, los párrafos muestran cómo es posible andar horas y horas inmersos en mundos que sin querer nos guiarán por la vida.
“Cuando emprendas tu viaje a la ciudad de Santiago, pide, Monssat, que el camino sea largo”. Eso diría Cavafis y eso pienso yo de Combi.
*La siguiente reseña fue realizada por Cecilia Romana para La Papa editorial