Con los pies hinchados de honor

Fotografía de Javier Sadir

Jueves. No cualquier jueves. La plaza se va llenando de carteles y banderas. En el centro un monumento que los porteños llaman “la pirámide”. El círculo que la rodea tiene pintados pañuelos blancos sobre el piso y, este jueves, la pirámide está adornada con pañuelos de papel. Una anciana sentada en un banquito de la plaza, a pocos metros del monumento, lleva un pañuelo de colores en su cabeza. Uno de esos que las abuelas usan para coquetear pero que ese jueves coqueteaba lucha materna. “Qué historia habrá detrás de esa señora. Por qué estará aquí”, se pregunta un chico joven que llegó a la plaza.

De a poco la gente se va acercando a un escenario pequeño. Allí esperan la llegada de la madres de la Plaza de Mayo que marcharán por vez número 2000. Marcharán por sus hijos torturados y desaparecidos en la dictadura. Marcharán por sus nietos expropiados. Marcharán por toda la sociedad argentina para que nunca más vuelva a ser víctima del terrorismo de Estado.

El número 2000 se lee por doquier. Y con ese número los cánticos en contra del actual gobierno nacional. Ayer el presidente de la nación manifestó no tener idea de la cifra de desaparecidos en la última dictadura militar argentina. Ese tema, según sus declaraciones a una periodista extranjera de BuzzFeed, no le parece relevante, pero aseguró que la dictadura se trató de una guerra sucia.

Una combi blanca reza en su dorso “Madres de Plaza de Mayo”. La gente abre el paso al vehículo y la horda de celulares, cámaras de fotos y de video lo rodean. Adentro las abuelas con la sonrisa de quien saluda a un nieto. Tiran besos y se tocan el corazón. “Miralas de bonitas”, “Grandes madres”, “Qué amor” son las frases que se escuchan. Y el momento se vuelve cada vez más fervoroso. Y esas abuelas reciben el amor de la gente y se transforman en bestias para descender de la trafic con la frente en alto. En esa actitud los militantes se transforman en aficionados y las reciben como estrellas de rock. Es tanta la afición que muchos olvidan que a pesar de que el espíritu de esas madres es guerrero, el cuerpo físico está viejo. La avalancha de gente que las envuelve hace imposible dar esa vuelta a la plaza en pie. Deciden hacerlo desde el vehículo. Y ahí van por la vuelta número 2000. Circulando, como se lo pidieron la primera vez. Pidiendo Justicia y Verdad, como la primera vez. Haciendo Memoria.

“Estoy dispuesta a seguir el camino de nuestros hijos”, dice Hebe de Bonafini, la presidente de la Asociación Madres de Plaza de Mayo. “Pienso en el parto, los partos. En el jardín de infantes, la escuela, la universidad. La alegría de tener hijos profesionales. La familia y la alegría de comer juntos. A veces cuando militaban los domingos no comíamos juntos. Me decían ‘mamá, tenemos que estar porque pasan estas cosas’ y lo les decía ‘pero hijos…”, y me contestaban ‘pero si comemos juntos toda la semana’”, recuerda de Bonafini. Entre esos recuerdos la alegría de la militancia, el canto y los amores. Y relata de la vez que su hijo le pidió “guardar un pibe”. Esa vez ella empezó a entender “el maravilloso proyecto de tanto pibe que se jugó la camiseta para que hoy podamos estar aquí en libertad”. Luego nombra a los treinta mil desaparecidos, los quince mil fusilados en las calles, los ocho mil novecientos presos políticos y más de dos millones en exilio durante la última dictadura militar argentina. “Es pesado llevar encima de uno tantos hijos. Pero es tan hermoso, tan increíble y tan único”, relata la presidente de las Madres de Plaza de Mayo.

Esa madre, titular de la asociación de las madres, fue calificada por el Presidente Mauricio Macri como desquiciada. Esa madre fue citada a una declaración indagatoria por un juez federal y casi fue arrestada por hacer uso de su derecho de negarse a declarar. Esa madre que le puso el cuerpo a los militares que la obligaban a circular. “Vamos a tener que llenar muchas plazas para reivindicarlos. Porque hay que tapar tanta mierda que quieren denunciar que han sido otra cosa. Nuestros hijos han sido revolucionarios en la vida, la historia y la humanidad”, comenta de Bonafini y agrega “esta semana me planté. Sí, me planté”. La gente aplaude las palabra de Hebe y la plaza vuelve a saltar en emociones. Porque sigue creyendo en esa líder que se planta al poder.

Hebe y las madres se retiran con aplausos. Pero la plaza no se apaga ni se apagará. Porque ahí, alrededor de la pirámide, están marcados los pies de esas señoras que salieron a buscar a sus hijos. “¡Y con qué honor!”, como dice Hebe cuando recuerda esos días en que volvía a su casa cansada de tanto caminar, pero con el honor de saber que estaba haciendo lo que sus hijos habrían hecho.