Un lugar donde se cocinan los sueños

Fotografía de la Secretaría de Extensión Universitaria de la UNT

Debajo de la mora, ocho mujeres pusieron la olla, los fideos y cocinaron ese primer guiso comunitario. Era el año 2002 y la necesidad de juntarse para sobrevivir era inevitable. Cuando las mujeres cocinaron por primera vez, jamás imaginaron que esa urgencia se transformaría en un emprendimiento que las dignificaría. Bajo esa mora nacía el proyecto de la Cocina Comunitaria Nuevo Amanecer. “La primera comida que preparamos fue un guiso de todos los colores y desde ahí no paramos hasta hoy. En ese momento no reconocíamos que era una cocina comunitaria, sino una mera cuestión solidaria”, contó Fátima, integrante del grupo de mujeres y referente de la Red de Cocinas Comunitarias de Tucumán.

Cuando esa cocina dejó de ser solo una solución para ellas y pasó a ser un espacio para toda la comunidad, se dieron cuenta de que habían crecido. Sin querer. Así se turnaron para que la cocina funcionara en una casa distinta cada seis meses. Con el paso del tiempo, las mujeres se organizaron, se capacitaron y se asumieron como una organización barrial. “Aprendimos a articular y a relacionarnos y eso nos llevó a ser este gran equipo que hoy somos”, comentó Fátima. El Centro de Asistencia Primaria de la Salud (CAPS), los centros vecinales, las escuelas del barrio, el Banco de Alimentos y la Secretaría de Extensión Universitaria fueron lugares que colaboraron con el crecimiento.

De a poco descubrieron las lógicas del espacio que construyeron y entendieron qué significaba una cocina comunitaria. A diferencia del comedor, la cocina comunitaria fortalece los vínculos de la familia en la mesa donde se comparte, se pregunta y se nuclea a los hijos con los padres. “Yo fui parte de un comedor y vi como el hermanito más grande tenía que pasar a ser el padre o la madre y  encargarse de que el más chico coma”, expresó Fátima, y dejó en claro que el principal trabajo de la cocina no está en el asistencialismo contra el hambre sino en aunar la mesa y el vínculo familiar. “Acá hay una gran diferencia entre la dádiva y lo que vos te ganás con dignidad. El estar en la cocina te da la dignidad de mirar al otro como un par. En este espacio no se hacer caridad, acá hacemos solidaridad”, aclaró la mujer.

Hoy las cocinas son autosustentables. Dentro de ellas funcionan emprendimientos que generan recursos para cubrir la primera necesidad: el plato de comida. “La cocina es un puente entre el Estado y el sujeto de derecho”, dijo Fátima y sostuvo que la ganancia en derechos es inmutable. Esto las llevó a pensar en las construcciones colectivas y en proyectos para el barrio. Así fue que pensaron en emprendimientos dentro del mismo espacio y hasta en una biblioteca popular. “Hoy sentimos que estamos retrocediendo”, sostuvo Fátima, quien manifestó que este año nuevamente se encuentran pensando cómo hacer para sostener el plato de comida.

Crear conciencia, vivir con alegría y mirarse como sujetos de derechos son los ejes desde dónde se paran para continuar con la cocina comunitaria a pesar de todo. ”Hoy no somos esas mujeres de hace años atrás que nos encontrábamos desamparadas sin saber por dónde caminar. Hoy es un grupo que tienen una misión y una visión en conjunto. Que tiene metas. Que proyecta futuro”, afirmó Fátima, para después compartir su experiencia colectiva. Su experiencia en red. Mujeres en acción fue el nombre del proyecto que les abrió el camino para pensar en una red. Y es que ese proyecto tenía la red barrial como uno de sus objetivos. Así, las mujeres hicieron un mapeo de otras cocinas comunitarias de la zona para acercarse y proponer la unión. Con la idea de fortalecerse y acompañarse, las cocinas se nuclearon en un tejido de gestión y articulación. “Yo creo que cuando el saber o los recursos llegan en red son multiplicadores”, recalcó Fátima. Al día de hoy la Red de Cocinas Comunitarias de Tucumán cuenta con seis cocinas y doce merenderos.

Y de eso surgieron nuevas experiencias, nuevos lazos y nuevos protagonistas. Así se pensaron encuentros de barrios que permitieron que los barrios enfrentados se unan, que los chicos se sientan parte, que las vecinas vuelvan a bailar después de años. Lo que inició como una lucha contra el hambre alimentó las ganas de trabajar en comunidad. Porque cuando se comparte la comida, se comparte la oportunidad de un nuevo día. Por eso Fátima afirmó que “esto es la galera de un mago, porque nunca nos paramos frente al problema, sino que ante cada situación difícil buscamos las soluciones. Porque las soluciones tienen que nacer de la comunidad”.