Entre el estigma y el silencio

Imagen cortesía de David Castillo / FreeDigitalPhotos.net

El pasado 10 de octubre se conmemoró el Día Mundial de la Salud Mental. Este evento, creado para concienciar a la población sobre los tratornos mentales, circuló como un chiste en las redes sociales, disfrazando el tabú detrás de las bromas. Cada año la Organización Mundial de la Salud selecciona un tema en particular para tratar en esta fecha. "La depresión, una crisis mundial" fue el elegido para 2012. Desde su página web, la OMS da datos que impresionan:

_ Más de 350 millones de personas sufren de diversos grados de depresión. Hoy. Ahora. _ Se suicidan casi un millón de personas por año, siendo una de las principales causas los trastornos mentales. _ Existen tratamientos para la depresión, pero no todos lo reciben y no siempre son de fácil acceso.

La depresión tiene mala fama. Se considera una falla de la persona que la padece, algo que ella podría controlar y superar con un poco de fuerza de voluntad. Algo que elige, que quiere, que incluso le conviene. Por eso, para no mostrarse vulnerables, muchas personas eligen enmascarar este estado, fingir, pretender, hasta que se vuelve algo imposible de sostener. La calma -falsa- que precede a la tormenta. Porque cuando se asume lo que pasa y se busca ayuda, no siempre el entorno acompaña. La gente que debería apoyar se pone a la defensiva. Etiqueta y condena. Margina o ignora como si la depresión fuera degradante.

Muchas familias no están preparadas para reconocer las señales de alerta. La tristeza, el desgano, la falta de autoestima, cambios en el sueño o el apetito, un cansancio inexplicable. Son cosas que la mayor parte de las personas experimenta alguna vez, pero que deben llamar la atención cuando se sostienen en el tiempo y entorpecen la vida diaria.

Hay tratamientos, hay salida. Pero para eso hay que pedir ayuda. Sin vergüenzas. Sin miedos. Sin pensar en el qué dirán.

Cecilia Morán

cmoran@colectivolapalta.com.ar

Fuente: Organización Mundial de la Salud