Angustia adolescente

La muerte de Luján y Yanina volvió a encender el debate sobre el suicidio adolescente. El tema llega a los titulares de tanto en tanto y así como viene se va, opacado por otras noticias y otras preocupaciones. El primer instinto por parte del periodismo es buscar el detalle truculento, exponer ese secreto que justificaría una decisión dolorosa. Las familias, por su lado, suelen darle la espalda a la hipótesis de suicidio y tratan, lógicamente, de encontrar el culpable afuera. La sociedad primero se entristece, luego se escandaliza y finalmente agradece que eso en casa no pasa.

Como todas las tragedias, no pasa hasta que pasa.

Esa angustia que a veces termina tan mal no es algo nuevo ni un invento de estos tiempos. Se ha escrito, cantado y recitado por siglos en nombre de la adolescencia, esa etapa de preguntas y de descubrimientos. También de mensajes confusos que no se pueden interpretar. Se les exige un rendimiento académico impecable para que te vaya bien en la vida y al mismo tiempo se idolatra a gente cuyo mayor mérito es exhibir sus escándalos y sus miserias. Se les dice, en el mejor de los casos, que ser deportista de élite está bueno por el dinero que se gana, pero no se les habla del esfuerzo y el sacrificio. Se les pide castidad absoluta y no me hagás abuelo todavía, pero se los somete a una televisión hipersexualizada y no les brinda una educación sexual acorde. Se culpa a la televisión y a Internet, pero no se controlan contenidos ni contactos virtuales. Se les inculca una competitividad desmedida y no se les enseña el valor de pasar por un fracaso. Se los alienta a que sean ellos mismos, pero se corta de raíz cualquier atisbo de individualidad que no esté en la vereda socialmente aceptable, por más inofensiva que sea.

"Podés ser lo que vos quieras, siempre y cuando seas como yo quiera."

En ese tira y afloja de lo que está bien, muchos chicos no saben qué hacer. Conviven con miles de emociones que no pueden verbalizar o no llegan a ser escuchadas. Está muy claro qué es lo que tienen que hacer, pero entre la familia y la escuela se lanzan la pelota de quién tiene que enseñarles el cómo. Excusas hay muchas. Falta el tiempo, sobra la impaciencia y la vida va a un ritmo que no siempre espera al adolescente. Y cuando de la mano de la frustración llega la violencia, contra él mismo, contra la familia o contra sus pares, recién entonces la lupa se posa sobre ese chico. La sorpresa y la negación iniciales le ceden el paso al análisis retrospectivo de esas señales que nadie supo leer a tiempo.

Ese tiempo que ya no corre para Luján yYanina, pero que todavía le puede dar una oportunidad a un adolescente si alguien se decide a escucharlo y a ayudarlo.

Cecilia Morán

cmoran@colectivolapalta.com.ar