La cancha como campo de batalla

Se dice que se puede cambiar de religión, de afinidad política, de pareja, pero nunca de camiseta. Que por el equipo cualquier cosa, hasta despertarse a las 3 de la mañana para ver un partido que se juega en el otro lado del mundo, desconocer parientes hinchas del equipo rival, aguantar horas bajo el sol o la lluvia por una entrada. La pasión, esa que interpretan 22 y multiplican miles, genera las situaciones más inesperadas. Basta ver las noticias de los lunes. Al lado de los goles y los promedios, se juntan lo policial y lo bizarro. Las peleas entre barras, los destrozos en los estadios, las declaraciones polémicas, todo suma al caos que es el fútbol nacional.

Esta semana, uno de los protagonistas fue Teófilo Gutiérrez. El escenario fue el vestuario de Racing después de la derrota en el clásico de Avellaneda. La utilería, un arma de aire comprimido. Teo, acostumbrado a los titulares polémicos y a las actitudes irreverentes, esta vez fue muy lejos. Trasladó a los jugadores el grotesco lenguaje de los hinchas que miden su hombría y su fanatismo en balas o puntazos.

La descabellada actuación del colombiano no desentona en un ámbito bastardeado desde el vamos. Rehén de la puja entre el gobierno y un oligopolio, excusa para irrumpir violentamente en un hospital para terminar de liquidar a un contrario, ring para que jugadores e hinchas se vayan a las manos, en el fútbol la pelota se manchó hace rato.

Dinero. Poder. Negocios. Egos. En una cancha tan embarrada, el juego es lo de menos.

Cecilia Morán

cmoran@colectivolapalta.com.ar