Un testimonio en la vida de "El Gigante"

El Gigante

Hace más de 100 años nacía en Tafí Viejo “El Gigante”. Uno de los talleres ferroviarios más grandes de Latinoamérica, quien desde su inicio fue el lazo de comunicación e intercambio entre los propios argentinos y del país con el resto del mundo. Estos talleres, que tuvieron su fervor en los años 50 con más de 5.550 obreros, forjaron el destino de toda una ciudad. En 1980 los ferrocarriles se cerraron por primera vez para ser reabiertos en 1984 durante el periodo de gobierno de Raúl Alfonsín.

Luego en 1993 el gobernador Domingo Bussi ordenó que se volvieran a cerrar las enormes puertas, dejando paralizada no solo la actividad ferrocarril sino también el progreso de más de 300 familias de la ciudad de Tafí Viejo.

A pesar de que aún continúan en silencio, hay quienes lo recuerdan con tanta alegría y nostalgia. Este caso de Julio Roldán, un fiel obrero que pesar de sus años, decidió recorrer este lugar e impregnarse de los recuerdos que resurgen entre los hierros oxidados.

Un tanto silencioso, Julio dio inicio al recorrido. Sus ojos se llenaron de emoción recordando cómo llego hasta Tafí Viejo: “Yo vine de General Pico, La Pampa. Tenía una tía que era dueña de la famosa confitería llamada “Polo Norte” en Tucumán, frente la plaza Alberdi. Ellos tenían de conocido a un señor que era amigo del jefe de los talleres y mi tía lo habló para que me haga entrar. Yo trabajaba prácticamente desde los 12 años en fundición, un trabajo muy pesado. El día en el que fui a hablar con el jefe me dijo 'mañana a las 6 de mañana va a ir Tafí Viejo para verme en el taller'. Ese día me quedé esperando y me vine para la ciudad”.

Una sonrisa comenzó a despertar en su rostro, recordando la anécdota que le permitió quedarse en el Gigante. “Al la par de la entrada de los talleres había un boliche. El jefe se había comprometido a darle el trabajo a un catamarqueño pero ese día uno de los obreros le dijo al jefe que yo era el catamarqueño que estaba esperando, por supuesto yo me quedé callado. Al rato entramos al boliche y empezaron a tomar. Luego salimos y me dijo que vayamos a los talleres. Cuando llegamos subimos a la administración y le dijo a la empleada que me tome los datos. Lo primero que me preguntaron fue '¿Qué oficio tiene?' Y yo me dije 'uh, ya me van a mandar a fundición' y de ahí no salí más, es un trabajo muy pesado”, recordó entre carcajadas, mientras abrazaba a una de sus pequeñas nietas.

Mientras recorría las enormes dimensiones del ferrocarril, sus ojos revivían cada momento. “Desde que entré a trabajar ahí me llamaron 'el turquito' (risas) y de a poco empecé a hacerme amigo de todos los compañeros de trabajo. Éramos más de 100 personas en fundición pero la mayoría eran extranjeros, que hablaban el castellano y que llegaron cuando abrieron sus puertas los talleres, ya que aquí no había escuelas técnicas”.

Al preguntarle cuál fue el momento más alegre que vivió en el lugar, con pequeña nostalgia recordó “a la mañana temprano pasaba una zorra repartiendo mate cocido por todos los galpones, cada uno iba con su taza, su pan y compartíamos entre todos el desayuno. Muy lindos recuerdos me dejó este lugar”.

Al final una gran frase surgió de sus labios, una frase que sin duda reconstruye lo que fueron los talleres de Tafí Viejo: “Todos éramos como hermanos, por supuesto había alguna discordia, pero era un ambiente de mucha amistad… éramos como una gran familia”.

Exequiel Reinoso

ereinoso@colectivolapalta.com.ar