La historia de una madre, una hija y la impunidad

Parque 9 de Julio | Fotografía: Bruno Tórtola

La adolescente y el muchacho salieron en moto hacia el Parque 9 de Julio, las picadas y las carreras los fascinaban a ambos y querían ver a los expertos recorrer la pista. Aquella tarde, la chica y su amigo se encontraron con dos policías que los pararon ni bien llegaron al lugar. Querían la documentación de la moto en la que se movilizaban. El chico mostró todos los papeles y casi, como una picardía, no pudo zafar al encontrarse con el carnet de manejo de su primo. Los chicos sabían que estaban en problemas. Los policías sabían que ellos sabían: les pidieron dinero.

-No tengo más que $50- dijo el joven.
-Con eso no tenés ni para empezar, chango- le contestó el agente Leiva.

El chico desesperado buscó en sus bolsillos, mientras los policías amenazaban con llevarse la moto. Esa moto que su primo le había prestado para que salga con la chica.
$70 fue todo lo que pudo juntar.

-Bueno, le vamos a tener que tomar los datos a la chica- dijo Leiva sin inmutarse y se llevó a la adolescente detrás de un árbol.

El aire se sentía extraño. Algo no estaba bien. Él lo supo cuando González, el cómplice, lo retuvo lejos de su amiga. Casi sin aliento, ella intentaba frenar a Leiva, quien le bajaba los pantalones con violencia.

Cuando su hija llegó a las una de la madrugada a casa sin poder hablar, Mónica no hizo otra cosa más que buscar explicaciones.

La historia de Mónica es difícil de contar. Tal vez porque desde chica supo que no sería fácil, cuando conoció que era familiar de desaparecidos. Tal vez porque es una madre que aún ve a su hija sufrir por culpa de los que dicen garantizar seguridad. Tal vez porque le tocó enfrentarse varias veces a la institución más impune: la policía.  

“Fue terrible que ella me contara lo sucedido. Hasta el día de hoy lo vivimos mal”, dice Mónica, a tres años de lo ocurrido y con una sentencia para los ex policías. La familia de la víctima quedó destruida, tanto así que el temor a contar el hecho estuvo presente hasta los días del juicio. El temor al que dirán. El temor a la policía. El temor a las amenazas. Un temor que no es casual y que se alimentó con la extorsión que recibió Mónica por parte de familiares de los culpables para que declarara en contra de su hija y admitiera que la víctima mantenía una relación secreta con Leiva. “Fueron a mi casa durante los tres años a ofrecerme plata. Querían que diga que mi hija había hecho una falsa denuncia y que en realidad tenía que ver con el policía Leiva. Me ofrecieron plata, auto, de todo”, cuenta Mónica.

Fue así que la madre de la víctima inició sola su lucha por conseguir justicia. Con el temor de que alguien sepa lo ocurrido y perseguida por el poder policial. Sin abogados, sin asesoramiento, sin contención. Hasta que llegó el día de la audiencia y tuvo que mirar a los ojos al violador de su hija. “Mi hija no pudo declarar el primer día porque entró en estado de nervios. Entonces, la fiscal solicitó la declaración de la cámara Gesell, pero la defensa se opuso. Querían que mi hija sí o sí declare”, explica Mónica al relatar el trato recibido en el juicio por parte de las autoridades judiciales. Un trato que muestra a una justicia violenta sobre víctimas del Estado. Con la ayuda de los psicólogos, la víctima declaró los hechos que dejaban en claro la culpabilidad de los policías, tanto del violador, Aníbal Leiva, como del cómplice, Juan González.

Las consecuencias de lo ocurrido fueron terribles para la víctima. Desde ese día, la hija de Mónica dejó de estudiar y tiene miedo de salir a la calle. Tanto así que en el instante en que ve un policía la reacción violenta es inevitable. “¡Violadores hijos de puta!”, es el grito que desgarra la garganta de la joven cada vez que se cruza con un agente policial. 

Mónica, por su parte, no tiene en claro si la justicia actuó como debía. Tampoco tiene en claro si su hija logrará superar todo lo ocurrido. Incluso le es inevitable el silencio ante la pregunta de “¿cómo sigue esto?”. Pero si hay algo que tiene claro es que jamás en su vida confió en la policía. “Yo se lo dije a las juezas. Nunca confíe ni confío en la policía”, afirma la madre que hoy le dice a la sociedad tucumana que no crean que la seguridad está detrás de un uniforme, “Cuiden a sus hijos. Ellos (los policías) están prendidos en todo. Actúan con total impunidad, sino mirá todos los chicos muertos por la policía”.

En este camino Mónica se fue encontrando con otras historias en las que la institución policial era la responsable de la impunidad. Hoy, esta madre marcha junto a la bandera en contra de la violencia institucional, mientras continúa acompañando a su hija en el dolor. “Hay muchas madres que no denunciaron. No se animan a denunciar a la policía. Muchas madres que tienen miedo”, manifiesta Mónica y afirma que todavía falta mucho por hacer para vivir en un verdadero estado democrático. “No estamos viviendo en democracia. Esto no es democracia”.