El discurso de la violencia

Fotografía cortesía de Isaías Cisnero

Fotografía cortesía de Isaías Cisnero

“El que mata tiene que morir” anunciaba la famosa Susana Giménez. La frase hizo furor hace unos años. La diva estaba shockeada por el asesinato de su peluquero a manos de un asaltante y dejó salir sus más bajos instintos. Las teorías de la mano dura invadieron los medios de comunicación y reforzaron las estructuras en conserva de una buena parte del ciudadano promedio argentino. Invitaban a observar debates acerca de la necesidad de imponer la pena de muerte como forma de escarmiento ante quienes no respetan la vida. Panelistas (el más reciente de los oficios mediáticos) de todo tipo, sin formación específica, gastaron hectolitros de saliva explicándole a Doña Rosa por qué había que empezar a liquidar delincuentes para que pudiera, por fin, vivir en paz. Por supuesto, también estaban los que se opusieron a este tipo de discursos, pero se sabe que son menos rentables. El embate conservador no generó mayores respuestas institucionales en el sentido de endurecer las políticas de castigo penal. La frase quedó como un exabrupto motivado por la consternación y poco a poco se fue olvidando aquel debate que de todas maneras se expresa en otros reclamos de este estilo: baja de la edad de imputabilidad en menores, endurecimiento de penas para determinados delitos, etcétera.  

El caso que involucró al dramaturgo Rafael Nofal y que terminó con la muerte de Miguel Ángel Cejas Rodríguez fortaleció en nuestra provincia los discursos racistas, xenófobos y prejuiciosos  que este año volvieron a tomar protagonismo a causa de la gran cantidad de casos de violencia. La llamada “justicia por mano propia” fue la vedette de los medios de comunicación y el lugar común por excelencia. La inseguridad es un problema que se abordó con escasísima profundidad tanto en el ámbito de los medios como en el político; quienes deberían proponer caminos para concretar una vida en sociedad más apacible son quienes se encargan día a día de fomentar la violencia y el ánimo de venganza. 

Aquí no se abordarán los hechos en sí. No es el objetivo de esta nota dilucidar si Nofal mató en defensa propia a Miguel Ángel Cejas o si cometió excesos al encontrarse con el joven en su vivienda. Tampoco se buscará deslindar las responsabilidades de quien ingresó en una vivienda ajena con aparentes intenciones delictivas. En esta nota se tratará de afrontar los discursos violentos que hacen eco en diversos sectores de la sociedad y que probablemente sean un factor más que aporte a la ocurrencia de hechos trágicos como éste. Discursos que se mezclaron con las buenas intenciones de amigos y familiares del dramaturgo que impulsaron las marchas por su liberación. Argumentos conocidos y simplistas que aprovechan estas instancias confusas para volver a ocupar un lugar preponderante en el imaginario colectivo. También se buscará aportar profundidad en la cuestión de la inseguridad como construcción discursiva.

Tras lo sucedido en la madrugada del 7 de diciembre nuevamente las redes sociales y los espacios de participación de público en los medios de prensa fueron el canal de expresión de las ideas más rancias de nuestra sociedad. Algo esperable en casos como estos, especialmente cuando esos discursos fragmentarios, incoherentes, carentes de racionalidad son apoyados por los “periodistas serios” de los grandes medios. Así se podía leer en el “Panorama Tucumano” de La Gaceta días después de que ocurriera el incidente una nota que se titula “La Epidemia Social” en la que el periodista Roberto Delgado analizó la situación social en relación a la inseguridad a la luz del caso Nofal - Cejas Rodríguez. En la columna de opinión, Delgado trató de abordar con profundidad el tema pero no logró superar el sentido común. Con las mañas que enseña el oficio hizo suyas las opiniones de los familiares y amigos del dramaturgo pero sin mostrarlas como propias. Entonces las argumentaciones (por otro lado reales) acerca de los antecedentes penales del joven muerto, o del hecho de que acababa de robar un lavarropas cuando ingresó en la casa de Nofal pasan a ser una demostración cabal de que éste último actuó en defensa propia. En lógica esto se denomina falacia ad hominem e implica utilizar argumentos de ataque contra el individuo antes que argumentar sobre los hechos u opiniones, el pasado del individuo se trae a cuenta como forma de justificar el desenlace. 

Luego el periodista afirmó que los amigos de Nofal actúan con “sentido común” mientras que los familiares de Cejas tienen, o puede esperarse de ellos, una “reacción salvaje”. El sociólogo Salvador Orlando Alfaro abordó el tema del “sentido común” (siguiendo al Italiano Antonio Gramsci) y lo definió como “la concepción del mundo típica de las clases subalternas en la fase negativa de su desarrollo; es decir, la fase de subordinación política y cultural con relación a los grupos dominantes y a sus ideologías”, o sea que son visiones del mundo que amplios sectores de la sociedad adoptan inconscientemente, visiones que se generan en ámbitos ajenos, generalmente en sectores con acceso al poder, y que se reproducen sin tener en cuenta los intereses que representan. Alfaro explicó que “en cuanto a su contenido, debido a la ausencia de una conciencia crítica, el sentido común es incapaz de reflexionar históricamente. Su concepción de la realidad es estática, fatalista y sus creencias son sostenidas por las personas como imperativos naturales” 1, como verdades absolutas e indiscutibles. 

Con esto cabe reflexionar cuáles son reacciones normales y cuales son salvajes. Está claro que tirar cubiertas ardiendo dentro de la casa del dramaturgo no es una actitud deseable, todo lo contrario, pero lo que no se pregunta el periodista es si quienes hicieron esto fueron los familiares de Cejas, por ejemplo. El problema aquí surge de la dificultad por la que atraviesan las personas de escasos recursos para que el resto de la población los escuche. Lucía una de las tías de Miguel Ángel, afirmó que el objetivo de los familiares al realizar la marcha que derivó en esos incidentes fue el de pedir explicaciones porque desde las autoridades policiales no se les había informado qué había pasado, querían que se aclaren los hechos, lo único que sabían hasta ese momento era que Miguel Angel había sido encontrado muerto frente a la casa de Rafael Nofal con un tiro en el pecho. La tensión, contó Lucía, derivó en enfrentamientos entre la policía y quienes serían amigos de Cejas Rodriguez, no sus familiares. Como consecuencia de esto, José, el hermano del joven, terminó preso acusado de provocar desmanes y resistirse a la autoridad. Consciente de que su sobrino “andaba por mal camino”, Lucía insistió en que debe investigarse lo que sucedió. Por otro lado, armarse para “defender” la propiedad, como lo sugería el conductor Baby Etchecopar, tampoco parece una actitud muy racional. Aunque claramente no sea el caso de Nofal, brilla por su ausencia un análisis sobre esta posibilidad. 

La relación entre los sucesos y los discursos que se generan alrededor de ellos es una forma de analizar lo que pasa. Las acciones que esos discursos generan saltan a la vista cuando ponemos en cuestión la relación entre las instituciones públicas y las dos familias involucradas. Una vez más la desigualdad se presenta para demostrarnos que no son lo mismo. El presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Provincia Antonio Gandur retó a la institución bajo su órbita porque el dramaturgo se encontraba preso: “con ligereza, jueces y fiscales aplican medidas de coerción personal, como la privación de la libertad, sin respetar lo que establecen las leyes […]. La importancia y sensibilidad del derecho a la libertad no puede ser sacrificado sólo en función de prácticas forenses burocráticas”, rezaba la circular que envió a la institución judicial. Esto solo valió para Rafael Nofal (que tenía derecho a permanecer en libertad) pero no para José Cejas Rodriguez ,que debió permanecer preso hasta que los límites de las leyes lo permitieron y sin ninguna prueba en su contra respecto a su responsabilidad en el ataque de la vivienda de Nofal, según explicó Lucía.   

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Lucía contó la historia de su sobrino, una historia como la de miles de jóvenes tucumanos con necesidades básicas insatisfechas, que no completaron la educación primaria, que desde muy chicos tuvieron que salir a buscarse el sustento, que en un camino sin horizontes perdieron el rumbo y se toparon con la droga y la delincuencia. La historia de los jornaleros del limón, que tienen trabajo y comida por temporadas y que cuando las temporadas cambian se llevan todo. Historias que se repiten pero por las que pocos realizarían una marcha para exigir a las instituciones del Estado que intervengan y cambien su rumbo. Historias que muestran que la solidaridad también es selectiva. 

Lamentablemente el hecho enfrentó a familias de sectores sociales diferentes, los unos pobres sin acceso al trabajo estable y con bajos niveles de educación formal, los otros con mejores condiciones de vida y sobre todo con la capacidad de defenderse generando adhesión en una parte de la sociedad. Ambas familias víctimas de las condiciones de violencia que atraviesan a todos los sectores sociales. Ambas familias víctimas de las inseguridades. Unos de la inseguridad de no acceder al trabajo genuino, a la educación formal, a la salud de calidad, a una alimentación adecuada, a las oportunidades para desarrollarse y explotar las potencialidades individuales; los otros víctimas de la inseguridad que viene de la mano de la marginalidad que esas falencias generan, empujados a una situación que probablemente nunca hubieran imaginado. 

Queda como conclusión la idea de profundizar el análisis de las situaciones complejas. La familia del profesor Nofal quedará marcada por la desgracia a la que se enfrentaron y que tuvo un final trágico que seguramente no esperaban. La familia de Miguel Ángel seguirá tropezando con las necesidades y buscando las formas de salir adelante. Los demás tendrán que pensar que las soluciones a estos problemas no tienen mucho que ver con las armas en poder de ciudadanos o con la cantidad de móviles y efectivos policiales, mucho menos con la presencia de cámaras de seguridad, que a lo sumo pueden decirnos quién hizo qué, informar sobre un hecho consumado. Si la desigualdad y la marginalidad siguen siendo parte de nuestra realidad lo será también el fenómeno que las clases medias llaman inseguridad, mientras exista inseguridad para unos existirá para otros. 

 

  1. ALFARO, Salvador y GRAMSCI, Orlando. La sociología del conocimiento: Un análisis de la concepción del mundo de las clases subalternas. http://santosnegron.tripod.com/lasoledadylosestudios/id49.html