“Escuchamos letras tristes para habilitar nuestra propia tristeza”

Ana Jeger junto a Juliana Isas, productora del disco | Foto de Elena Nicolay

“Gracias amigues y familia, porque me quieren a pesar de mis letras tristes”, dice Ana Jeger en uno de los párrafos de sus agradecimientos.  

Es apenas una línea en la contraportada de Turismo interno, el disco que sacó a principios de mes, y es una línea que puede pasar inadvertida. Pero no hay que dejarse engañar. Ahí donde ella adjetiva triste, otro podría decir movilizante. Ahí donde ella anuncia nubarrones, otro encuentra espejo. O revoltijo. O completa identificación. O, incluso, sosiego. O tal vez, sí, tristeza, pero aún así al agradecimiento de Ana habría que sugerirle una corrección: se termina queriendo este disco por esas letras tristes, y no a pesar de.

Nacido en el encierro de la pandemia, “Turismo interno” fue una ventana por la que saltar a las calles y los encuentros que en ese tiempo estaban vedados. Un poco porque no había mucho para hacer, dice la cantautora, y otro poco para salvarse, dicen sus canciones, el disco (cuatro temas que, en conjunto, no suman más de 15 minutos) se fue cosiendo entre las mañanas y las tardecitas del aislamiento más puro: las noches, explica Ana, eran para dormir, o para abrir un vino y pensar en otra cosa.

Dice Jeger también que, aún con la incertidumbre de aquella coyuntura, el ánimo general con que se abocaba a pasear por su mundo interno era de calma. “Escribía cuando las emociones fuertes estaban más apagadas, y podía bajarlas a tierra y hacer algo con ellas: cuando ya había pasado el ventarrón”. 

Será por eso, porque lo dicho está dicho después del ventarrón, que no hay en las canciones huellas explícitas de la pandemia. Hay, en cambio, invitaciones a que vuelvan los lentos y a pegotearse cheek to cheek; una carta de despedida a una sombra gris; la fórmula de un antídoto que cae sobre quien escucha como un líquido tibio, bendito. Y hay, sobre todo, una sensibilidad precisa, la capacidad de decirlo todo en pocas palabras. Y está también esta frase: “de tanto que guardé, algo me creció adentro”. De eso: de lo que se guarda, de lo que crece y abona, de lo que crece y deviene en algo distinto, de lo que hace raíces y caminos internos, se trata este álbum.

¿A qué o a quién le cantas en este disco?

En este último tiempo ha quedado claro que casi todo puede cambiar de un momento a otro. El mundo se nos dio vuelta y tuvimos que aprender palabras nuevas y nuevos hábitos, además de vivir con restricciones, y ausencias temporales y definitivas. Hace unos años hice un disco lleno de canciones que ajustaban cuentas con el pasado. Ahora me parecía necesario escribir sobre lo que estaba pasando en el momento antes de que se me escapara y todo volviera a cambiar otra vez. Creo que le canto a lo inmediato, a lo urgente. Hay que decir las cosas a tiempo y hablar sobre lo que nos sacude porque eso es probablemente lo único que importa en una época en que el mundo entero vive enfermo.

Para los que no componemos canciones nunca, ¿cuál ha sido la diferencia entre componer antes y durante la pandemia?

La composición cambia con los años, de la misma manera que cambia la persona que compone. Lo que hizo la pandemia fue brindar una excusa y mucho tiempo para hacerlo a nuestras anchas. Quienes ya componíamos de pronto no tuvimos mejor plan, parecía obvio que era eso lo que había que hacer, sobre todo con esa especie de imperativo tácito que había de seguir produciendo aún en la más absoluta incertidumbre. Es por eso que hoy empiezan a aparecer todas esas canciones y discos ‘pandemials’ que fueron naciendo en ese encierro casi como por obligación. Todas dicen algo parecido, porque la pandemia nos pasó a todxs, pero desde ventanas distintas.

Fotografía de Ignacio López Isasmendi

Definiste a este disco como la flor que asoma por la grieta del cemento, ¿qué significa?

Hace bastante tiempo que soy muy consciente de que me dedico a una porción de la realidad que tiene muy poca incidencia sobre el devenir del mundo, y eso con una pandemia ha quedado mucho más en evidencia. Quiero decir, hace mucho que sé que las canciones no salvan al mundo, pero creo que pueden mejorarlo y hacerlo un poco más habitable. Me pasa con los temas que escucho de otrxs y cuando hago los propios: la música me acerca al lado más sensible de las cosas, la parte amable entre lo duro, lo frío y lo artificial, que resiste. Esa es la flor en el cemento. 

Sacando la parte técnica, ¿qué implica crear un disco?

Un álbum, breve como este o más extenso, necesita de un concepto que sirva de pegamento para un grupo de canciones. Para eso hace falta tener canciones nuevas que, además, se lleven bien entre ellas. Si son diferentes entre sí, para mí es mucho mejor. Lo importante es que sean distintos vistazos de lo mismo, de ese concepto, de ese universo de sentido. Eso necesita un sonido propio, una gama de colores y muchas metáforas desde las letras a la portada. ¿Esto es muy técnico? Si sí, entonces tendría que decir que crear un disco implica hacer una suerte de cápsula del tiempo en que lo que se haga sonará eternamente igual, y asumir cierta soberbia de creer que lo que nos pasa íntimamente puede llegar a importarle a alguien más como para darle play.

¿Por qué alguien escucharía letras tristes?

Una frase de una canción -que gastaron poniéndola en remeras, estados de redes sociales y paredes- diría que ‘para sentirse mejor’, pero me parece que al contrario, que escuchamos letras tristes para habilitar nuestra propia tristeza, para permitírnosla. Si a alguien más le pasa, entonces debe ser que no es tan raro ni está tan mal sentirse así. Lo más probable es que a la gente no le importe lo que nos pase íntimamente a quienes hacemos las canciones, y que esa gente también deba asumir cierto egocentrismo y hacerse cargo de que lo que le importa es su propia tristeza, sus emociones, sus circunstancias, y encontrarse con todo eso en las películas, en los libros y en los discos de no importa quién.

Fotografía de Ignacio López Isasmendi

¿Por qué alguien debería hacer su propio turismo interno? ¿Deberíamos?

Nadie debería hacer ningún viaje si no está segurx de querer hacerlo. El turismo interno tiene que ser, en definitiva, un viaje de placer, algo que puedas disfrutar aunque te toque lluvia y no todo sea como decía en la publicidad. Yo lo recomiendo en este y en cualquier momento porque en general se descubren cosas nuevas que unx no sabe que estaban ahí adentro, y porque es importante saber de qué estamos hechxs. 

¿Ocurre algo en particular cuando ese mundo interno debe cantarse a otras personas?

En verdad no ocurre gran cosa. Muchas veces cuando estoy por compartir una canción nueva tengo por un momento la impresión de que a lo mejor estoy exponiendo demasiadas cosas de algo que es solo mío. Sin embargo suelo descartar rápidamente esa idea y la canto, la grabo, la muestro y hablo de ella siempre que me preguntan. Sigo haciendo canciones porque con el tiempo he comprobado que, por suerte para ellas, siempre logran ir más allá de mí y de mi mundo interno. Porque al final resulta que nunca es para tanto, que ninguna cosa es demasiado mía y que no hay nada que perder cantando. Los mundos internos de todas las personas son complejos y más bien aburridos, y las canciones son un material sensible, mucho más interesante, que insinúa apenas ese mundo de donde salieron.