Donde crece otra cultura

Fotografía cortesía de El semillero

Nota de la autora: la intención original de este texto era contar cómo funciona y qué ofrece uno de los espacios culturales independientes con mayor movimiento en nuestra ciudad. En el camino, las personas que gestionan El Semillero supieron, de golpe como un baldazo de agua fría, que no podrían permanecer en la casa que alquilaban y, con eso, que llegaba el momento de darle un cierre.

Esta nota no contará, entonces, de esa ajetreada agenda cultural que quedó trunca sino de los orígenes, el motor, las dificultades y la importancia de un espacio como éste, con la esperanza de que las semillas puedan germinar, quizás, en otro lado.


En marzo de 2019, El Semillero cumpliría oficialmente dos años. Se inauguró en 2017 con un taller de diseño sustentable a cargo de las chicas de Dacal, desde Buenos Aires. Unos cuantos años antes, Alejandra Lamelas usaba el fondo de la casa como taller para Qiri, su emprendimiento de mobiliario sustentable. Pensó en abrir el juego y hacerlo crecer: “surgió la idea de habilitar el lugar como si fuese una escuela o un espacio de intercambio de experiencias, de aprendizajes que pudieran potenciar la creatividad y dar lugar a otros proyectos creativos -cuenta-. A partir de esta inquietud me junté con dos de mis mejores amigos, Juliana González y Ezequiel Martinez. Pensaba que podían ser las personas adecuadas para nutrir el proyecto de otras disciplinas porque la idea era desarrollar proyectos creativos que tuvieran que ver con las industrias culturales. Entonces buscaba personas que tuvieran un desempeño exitoso en cada área”.

Fue entonces cuando comenzaron a germinar las ideas y a pedir un nombre, una identidad, una forma de pensarlo. “Le llamamos Semillero porque la connotación del término era muy interesante: germinador de proyectos creativos, ese fue el slogan”. Aparecían los primeros tallitos de un nuevo espacio cultural de gestión autónoma en Tucumán.


El Semillero ofreció actividades variadas en sus casi dos años de intensa existencia. Por un lado, las de intercambio de experiencias como talleres de fotografía, diseño, música o cine; por otro, las actividades recreativas, eventos que comenzaron como muestras de los talleres y terminaron ampliándose a músicos y Dj’s. “Las cosas han ido mutando en función de lo que las personas mismas que entraban a la casa han ido proponiendo, y lo que sucede hoy ya no es tanto lo que nosotros proponemos sino lo que otros demandan, nuestros amigos artistas o el público que asiste. Intentamos responder a eso”, explica Ale.

Una de las incorporaciones de este último año, cuenta, fue la de su hermana Fernanda Lamelas, licenciada en Teatro, titiritera y a cargo del Festival Internacional de Títeres que se realiza en Tucumán desde hace varios años. Sumarla tenía algo de saldar cuentas con la infancia: tener un lugar para ellas donde dar forma a sus deseos. “Surge para generar un espacio en principio para nosotras, pero entendiendo que las necesidades o los deseos que teníamos también lo tenían nuestros pares, y que sería bueno generar un lugar donde hacer lo que deseamos en plena libertad y generando contenidos de muy buena calidad. Porque la idea siempre ha sido hacer cosas con mucho trabajo por detrás para que la experiencia del público sea lo más completa posible”, explica.

Buscando eso es que incursionaron en diferentes disciplinas, como un ciclo de teatro propio producido por Juliana González, o los variadísimos eventos que albergó la casa, entre ellos el Festival Furia, en el que se presentó la cantautora porteña Paula Maffia junto a un grupo de mujeres artistas locales. En este sentido, explica Ale, la ‘visión feminista’ y la promoción del trabajo de las artistas de nuestra provincia han tenido siempre un lugar en El Semillero. “Estamos en un momento en el que es muy importante visibilizar esas cosas. Yo como artista mujer, como lesbiana, como carpintera, siempre me he creído con el deber de ser parte de la revolución y abrir este espacio ha sido hacerme cargo de esa responsabilidad”.


Diciembre se anunciaba como un mes ajetreado para El Semillero, con un montón de actividades ya programadas para cerrar el año. Sin embargo, en las redes del espacio aparecieron otras noticias muy distintas: en los primeros días del mes, un comunicado anunció el cierre repentino del lugar luego de casi dos años de trabajo sostenido. “La crisis, los intereses, la corporatividad desplazan una vez más a los escasos espacios independientes”, decía el texto.

La lista de esos pequeños reductos autogestionados para el arte y la cultura que van cerrando sus puertas es cada vez más grande. A nadie le sorprende, en un contexto de crisis generalizada.

“Es un poco comprensible porque no comemos arte ni cultura, pero creo que una forma de resistir ha sido seguir proponiendo actividades para transformar esa visión de que el arte y la cultura no son prioritarias para la vida -reflexiona Ale-. Sin duda pensamos que esto es un trabajo y hemos intentado sostenerlo de esa manera, generando espacios de trabajo además de divertimento, recreación o promoción de lo que hacemos. La manera en que hemos intentado resistir ha sido siempre a través de la solidaridad entre artistas. Que estos lugares existan desmitifica por todos lados que hacer arte y cultura es una ‘hiponeada’, dicho mal y pronto. Pienso que es una manera de profesionalizar, en el sentido estricto de lo que se entiende por profesión”.

Además de quienes trabajan en los espacios, existe un público que va quedándose huérfano de esos lugares en donde se siente cómodo, contenido y motivado. Casi como en su propia casa. Un público fiel. A pesar de ese apoyo, no existe un marco legal que respalde y proteja este tipo de proyectos ni a quienes trabajan sosteniendo centros culturales independientes. Sin leyes ni reglamentaciones están condenados a funcionar en la clandestinidad, con miedo a las inspecciones, evitando la visibilidad, recurriendo al ‘dirección por mp’ y cerrando las puertas para no llamar la atención.

En esa dirección hay algunos proyectos que han empezado a moverse para modificar la situación: “con algunos compañeros gestores de otros espacios como El Pasaje o Charco queremos encontrarnos con gente de la municipalidad y gestionar marcos legales para trabajar”.


El futuro es incierto pero hay algo en esa inestabilidad en la que viven en general estos espacios que parece volverlos resistentes a las situaciones más adversas. No se sabe lo que ocurrirá, pero hay algo en la idea de la semilla que promete cierta continuidad, aunque no se sepa cuándo ni dónde.

“Es importante sostener estos espacios no sólo porque son el albergue de los sueños y de las ideas de todas las personas que deseamos vivir de nuestra creatividad, no sólo para quienes los habitamos desde adentro produciendo o para quienes los habitan desde afuera expectando (sic) y siendo parte, sino también para la gente del barrio en lo más inmediato, para los vecinos que se acercan a disfrutar de las actividades. Para la sociedad en general -dice Ale-. Estos espacios son de verdadera transformación, que son necesarios para la vida, que ojalá que no dejen de existir jamás”.

Las semillas ya están plantadas y pueden crecer en cualquier parte.