Un pasaporte para Zapata

Texto y fotografías de Agostina Rossini

Oaxaca es un estado al sur de México, muy extenso en superficie y muy diverso en culturas originarias. Tiene sitios arqueológicos turísticos de gran valor y su capital homónima posee una arquitectura colonial colorida, abierta a la vida urbana y a las lenguas de todo el mundo que visitan este pueblo mágico. Pero no todo es ruina arqueológica y postales de un pueblo pintoresco: hay, además, una carga de identidad política apoyada en la historia del pueblo zapatista.

El Ejército Nacional de Liberación, liderado por Emiliano Zapata, surge en el Estado de Chiapas, contiguo a Oaxaca (donde actualmente se encuentra el foco de resistencia activo más importante) como un modo de lucha campesina a fines del siglo XX, para extenderse luego por todo México. Zapata, quien sostenía que la reforma agraria era fundamental, buscaba que se devolvieran las tierras robadas a sus herederos naturales, pertenecientes a comunidades indígenas como las de Chamula, Tzeltal, Tojolabal, Chol y Lacandón.

En el casco histórico de Oaxaca de Juárez hay innumerables galerías de arte contemporáneo y salas de artesanías, pero nada llama tanto la atención como los grafitis y las pegatinas en el espacio público con el denominador común de la crítica política. Es como si las paredes hablaran por la gente: Oaxaca dixit. El movimiento zapatista llevó la revolución campesina e indígena a la región y dejó una tremenda huella que 25 años después sigue impulsando la producción artística mexicana.

No, señor Madero. Yo no me levanté en armas para conquistar tierras y haciendas. Yo me levanté en armas para que al pueblo de Morelos le sea devuelto lo que le fue robado. Entonces pues, señor Madero, o nos cumple usted, a mí y al estado de Morelos lo que nos prometió, o a usted y a mí nos lleva la chichicuilota
— Emiliano Zapata

"Estorbo, luego pienso", dice un afiche A4, pegado con engrudo, que muestra a un torpe militar en actitud despreciable. Una planta de mazorca en blanco y negro de dos metros se alza sobre la vereda de la calle Porfirio Díaz sin leyenda pero con mucha presencia por el contraste con el color maíz de la pared. En otro muro una niña denuncia: "mamá, no quiero ir a la escuela porque luego nos desaparecen". Estos afiches con xilografías no podrían pertenecer a cualquier colectivo de artistas: no se trata de la expresión de inocentes artesanos con intenciones meramente estéticas, sino de un grupo con ideas muy claras, con un fuerte contenido social, y que no rubrican sus intervenciones con firmas que pavonean protagonismo.

Es así como fácilmente se empieza a descubrir algún taller, de manera azarosa, por esas caminatas de rutas espontáneas que regalan las mejores sorpresas urbanas. Los propios artistas son quienes reciben a los visitantes, con sus obras majestuosas colgadas en la pared o con miniaturas expuestas en las vitrinas. Los precios son accesibles y ofrecen un merchandising variado de imágenes campesinas, políticas, indígenas y de la cultura mexicana en general. Por una puerta que parece ser el depósito sale una chava con delantal, una espátula en la mano y ese olor inconfundible a aguarrás:

“Dale el pasaporte, que vaya a lo de Hoja Santa”, dice ella. Él despliega un papel enorme, me explica que pertenece a una red de talleres independientes, organizados y bien equipados, y que en Hoja Santa Artes Gráficas encontraré el taller de cupo 100% femenino por el que pregunto si existe.

El proyecto que llevan a cabo más de 12 talleres de grabado está plasmado en un Pasaporte Gráfico: un plegable de papel con las ubicaciones de los talleres; hay casi uno por cuadra. Rodean el plano urbano los logotipos de cada taller, que son los soportes para los sellos que imprimen con cada primera visita. Del otro lado del plegable, una cantidad organizada de información y redes sociales de todos los talleres.

El propósito de los visitantes será conseguir todos los sellos y obtener descuentos en sus compras. A los talleres, en tanto, el pasaporte les ayuda a visibilizar su producción artística y política de manera independiente y sólida. Una manera de decir: estamos juntos, resistiendo.

La producción oaxaqueña tiene un contenido muy comprometido con las luchas sociales y una mirada crítica de su identidad que no romantiza la cultura sino que la cuestiona y la replantea. Zapata es plasmado como el apóstol de la revolución y el símbolo de los campesinos desposeídos, hoy resignificado como ícono de la resistencia en la era de la post globalización, llena de millenials y fake news.

En el taller Espacio Zapata comentan que el gobierno municipal intentó suscribir al proyecto de los talleres independientes, pero advierten que puede significar un peligro que el Estado financie el Pasaporte Gráfico ya que no comparten las mismas ideas y temen que la resistencia se venga abajo por la presión política.

En Hoja Santa quien recibe a la gente es Salime Guró, una de las cuatro socias del único taller con 100% de cupo femenino. El lugar no solo concentra estampas sobre textiles y papeles de temas sociales, sino que además alberga un espacio para la producción de mujeres artistas de todo el mundo: hay más de 50 obras en venta que han llegado desde los puntos más diversos, algo así como un atlas de mujeres grabadoras. Ofrecen desde calcomanías y pines hasta indumentaria de diseño, además de grandes estampas en lienzo con lino.

En el Taller de Darío Castillejos las paredes colapsan de obras y tienen que guardarlas en unos cajones inmensos para conservarlas en buen estado. Allí atiende un “chamaco” que muestra orgulloso su obra más grande y señala lo valioso que es para él vivir de su arte, comprometido con un discurso social contra el trabajo esclavo rural.

Todos los talleres tienen su impronta particular y ofrecen a los visitantes un abanico inmenso de estilos y perspectivas diferentes. Con la prensa pasan bajo el rodillo todas las necesidades que plantean como derechos pendientes.

Emiliano Zapata, caudillo suriano, confeccionó mapas de territorios políticos para la resistencia indígena-campesina. Hoy la red de talleres de artes gráficas, a través del Pasaporte Gráfico, confecciona mapas de sitios con prensas y tintas para la resistencia artesana. Oaxaca, tierra de políticos como Benito Juárez y de músicos como Lila Downs, supo guardar en la memoria colectiva y en el paisaje urbano la huella infranqueable del levantamiento de los pueblos originarios, verdaderos herederos de la tierra y el trabajo diario del cultivo y la cosecha.

El grito desesperado de desigualdad entre la Capital opulenta y el estado más pobre de México se ha convertido en el discurso impostergable de la producción de los talleristas de las artes gráficas, que se encuentran organizados y resistiendo, tal como Don Zapata.

Seguramente, de seguir vivo, tendría su Pasaporte Gráfico para llenar de sellos su plegable de liberación.