Las noches del Sordo
/Por Marcos Escobar
El Sordo sale de la carpa hervida por el sol, se tropieza tres veces seguidas y se apoya sobre la mesa de cemento que le quedó a la altura de la cara.
—¡Qué pájaros hijos de puta!
Lo miramos sin entender. Nos estamos riendo sin parar desde que reavivamos el fogón tirándole vodka con la boca, y de ese fuego ahora solamente quedan dos ramas medio prendidas y una lata de picadillo quemada en el medio. El Sordo putea y se nos acerca con la cara entumecida por haber dormido doblado sobre el piso. Le pregunto por qué el mal humor, se me acerca y tira la cabeza al costado para poner la oreja derecha apuntándome.
—¿Qué? —me grita.
Nos miramos, en donde debería haber dientes morados, solamente se ven bocas verdes manchadas por los acullicos de coca. El Cuñao larga la primera carcajada, ni siquiera sabe por qué, por las dudas. El Sordo arranca el monólogo de nuevo.
—¡Qué pájaros culiao hermano, no dejan dormir un pingo con ese ruido!
Luis estaba sentado sobre el respaldo de un banco de cemento y se levanta porque se acaba de tirar la mitad de un Termidor en las zapatillas. Logra pasarle la caja al Matías en el aire, y el borde de la caja derrama sobre las manitos blancas del Mati. Luis sale como saltando hacia adelante y queda abrazado a un cardón antes de terminar en el piso. El Sordo lo mira sin que se le mueva un pelo.
Entre el Cuñao y yo lo levantamos y le sacamos las espinas de la campera. Luis nos tira manotazos, y tuerce la boca como si hubiese salido del dentista. Nos dice que lo dejemos de tocar, que no seamos putos. Y se sienta de nuevo al lado de Matías, que le devuelve el Termidor y le sonríe, pero Luis no lo ve. Se baja lo que queda del recipiente y le pide al Colmena que le convide coca.
Vemos con asco como saca una planta de lechuga entera y la mastica con la boca abierta, marcando cada bocado que suena como máquina de fabricar chicles. El Sordo se saca el audífono y me lo deja. Se está por meter a la carpa de nuevo, cuando se vuelve, agarra una piedra y la tira a los árboles antes de agacharse para abrir el cierre. Tuvo una noche complicada el Sordo, entrando al boliche se encontró con su ex, que andaba con su novio, anduvieron a los manotazos, a escondidas. Todo le hubiera salido regio al Sordo, pero tensó de más la cuerda y trató de meterse en una piecita, que era el área de descanso de los patovas.
Al Sordo lo sacaron como una gata lleva a sus bebés, levantado de la camisa y en frente de todos, con su amada acompañándolo por detrás en procesión de llanto, y peor, con la pareja actual de su amada siendo el primer espectador y haciéndole promesas a los gritos. Le decimos el Sordo porque tiene disminución de la audición en los dos oídos, para lo cual tiene un solo audífono, el otro lo perdió una vuelta que se fue a jugar al fútbol y los dejó tirados al lado del arco. Pero también le decimos el Sordo porque no escucha la voz de la razón.
Mi compañero logró entrar al baile de nuevo, saltando por una parte del edificio que estaba en refacción y apareció victorioso en medio de la pista. El grupo de cavernícolas en el que estamos convertidos celebró la vuelta de su hijo pródigo y lo bañamos en cerveza y frizzé azul con speed. Ese fue su punto cúlmine, desde ahí la noche del Sordo fue en picada. A la salida se paró a comprar un choripán, Lucas estaba al frente en la fila y se intentó hacer el piola con el choripanero, el cual procedió con la maestría del oficio a tirarle un arrebato que por una cuestión del destino impactó en el pómulo del Sordo.
Tierra, corridas, puteadas, Lucas se escapa del choripanero, lo veo al Colmena saltando arriba de una camioneta abrazado a tres chicas. Luis y el Mati comen unas papas al costado sin darle cabida a nadie. Logro levantarlo al Sordo y empezamos a correr bordeando una zanja. Vamos siguiendo el camino hasta que reconocemos que estamos cerca de la plaza del pueblo y doblamos. Apenas damos vuelta la esquina vemos la escena: una línea interminable de autos a cada costado de la calle y un espacio en el que entra una sola moto por el medio. La mitad de los autos con el baúl levantado, con cumbia al palo, la otra mitad con el capot arriba y haciendo sonar los motores, las wachas perreando hasta el piso y un millón de changos con botellas cortadas bailando como muñequitos a cuerda. La imagen es la de Rápido y Furioso en versión tucumana, con la banda sonora de Pala Ancha y la Piedra Urbana en vez de Tego Calderón y Don Omar.
Logramos cruzar el mar de vino y merca, y encontramos la calle para llegar al camping cuando sentimos la voz de una promesa llamándonos desde atrás. El novio de la exnovia del Sordo se acerca con sus amigos para tratar de empezar una negociación. Las opciones son que nos hagan cagar a los dos juntos o que nos hagan cagar uno por uno. Encaro la cuestión de manera diplomática, trato de dilatar la mesa de diálogo para ver si aparece alguien más de nuestro grupo, pero el Sordo hace gala de su negación a la razón, empuja a uno de los muchachos y empieza a correr. Somos dos gacelas escapando de una jauría de hienas que nos persiguen a los gritos, piedras y más promesas por cumplir. El Sordo vuela y yo voy quedando cada vez más cerca del otro bando que del mío. Una patada en la pierna izquierda me pone en el aire, después en la tierra y, por último, hecho un bollo en el piso, dispuesto a defenderme a patadas, a morder y rasguñarlos si hace falta. Lo veo al Sordo que intenta volver, pero se queda parado a tres metros, duro en medio de la noche en una calle por donde no pasaba nadie más que nosotros. Las hienas me empiezan a rodear, ladran y se ríen, intoxicadas por la adrenalina y el olor de la sangre que me sale del codo.
Recibo los primeros tarascones, dispuesto a pelear panza arriba si hace falta, cuando una montaña de ser humano aterriza en medio del círculo que me rodea, reparte dos bifes a mano abierta, empuja a un tercero y grita como un gladiador poseído. Todo en menos de quince segundos y sin que se le salga la capucha del buzo que lleva puesto. Me ayuda a levantarme y me dice que lo espere. Al costado hay un chango que debe medir dos metros subido a una moto. Tiene por lo menos diez piercings en la cara, todas pelotitas blancas y negras alternadas y una ceja rapada como los Wachiturros. Los justicieros arrancan y persiguen a las hienas una cuadra, parándose en la moto y gritando como los guerreros antiguos.
Mis salvadores vuelven para ver cómo estoy, el Sordo me está ayudando a pararme y me le cuelgo del cuello a la bestia humana para darle un abrazo. Nos vamos en paz, y ellos a buscar otra alma perdida para salvar de la noche.
El Sordo me lleva rengueando hasta el camping. El Colmena logró prender un fuego y trata de gesticular hablando con dos pibas que aprovechan el momento de distracción cuando llegamos, y se escapan. El Sordo encara a su carpa sin dar ninguna explicación. Nos quedamos con el Colmena preparando el desayuno de picadillo, abrimos diez latas y nos sentamos a esperar. El primero que aparece es el Cuñao. Lo perdimos apenas empezamos la noche y ahora llega, como si viniese de tomarse unos mates con su vieja, fresco. Después caen Luis, que viene hablando cagadas al aire, y Mati, camina casi trotando atrás de él llevándole la campera. Lucas logra volver recién a la tarde, y solamente para buscar sus cosas porque su viejo está viajando para llevárselo de nuevo a Tucumán.
Ya dimos por finalizada la noche, el Sordo ya hizo su aparición de la mañana y tengo su audífono en la mano. Luis está poseído. Prende el parlante de nuevo y pone Leo Mattioli a todo lo que da. El Colmena le dice que no sea pelotudo, que nos van a sacar, pero Luis lo manda a cagar y sigue con la boca como llena de anestesia. Se empuja hojas de coca, mastica con la boca abierta y baila sentado haciendo oscilar la caja de Termidor abierta que tiene en la mano izquierda. Les cuento la historia de mi wachiturro salvador mientras me unto una galleta con picadillo. El Mati nos cuenta que Luis pegó onda con una, y que se fueron con ella y la amiga, pero que mientras Luis apretaba atrás de un árbol él se puso a charlar con la changa y terminaron cagándose de risa tomando Gancia al lado de un cantero.
Luis se arma un porro sin sacarse la coca de la boca, haciendo un gesto horrible con los labios para barajar la lengua, las hojas y las galletas con picadillo para poder lamer el lillo. El Mati le mete la mano por el hueco de la campera en el cuello y le saca una espina, y se come una puteada de Luis.
El Colmena aprovecha la distracción del demonio y cambia la playlist de románticos por una de Pibes Chorros y Dama Gratis. El Mati está pegado a Luis y le recibe el porro para que pueda acomodarse el acullico. Se mete los dedos entre los dientes, hurgándose sin asco entre las hojas, el vino y el picadillo, se hurga como raspando el fondo del tarro de dulce de leche, con alevosía, con determinación. Dejamos de charlar para verlo, porque nos damos cuenta que a Luis le están saliendo lágrimas de los ojos. Tiene hasta los nudillos hundidos en su interior, contrae fuerte toda la cara hasta que vemos cómo saca una espina de cardón entera de la parte rosada de sus labios.