Tucumán: retratos de resistencia
/Por Elías Cura
Enterrada en el pedemonte, devorada por la humedad, ahogándose en un diluvio del verano, chupando la fruta agria del invierno, tosiendo el humo de la primavera. Aun así, floreciendo en rosa, amarillo, blanco, como haciéndole caso a un poema sin tiempo que dice “resista”.
Los azahares le compiten al olor de las cloacas, los quetupíes a las bocinas, los tuquitos del parque a las luces de los casinos al otro lado de la avenida. Bajo un sol fulminante, con la ropa teñida por una lluvia de ceniza, con el agua hasta las rodillas, pero encantados por una invasión de mariposas blancas, así, buscamos, encontramos, entre nuestros afectos, la ciudad habitable.
Dicen que hay un toro cuidando el tesoro de la laguna.
Dicen que hay ciudades aún ocultas en los cerros.
Dicen que en una casa del centro se derrotó al imperio español.
Dicen que un bandolero repartía comida en el barrio.
Dicen que los obreros se abrazaron al ingenio.
Dicen que los chicos apedrearon bastones largos.
Dicen que las abuelas encarcelaron al perro familiar.
Dicen que inundaron la calle de puños altos y pañuelos.
Dicen que una mujer esculpió en el mármol la cara de la libertad.
Dicen que hasta la misma virgen tomó partido en la batalla
y disparó mangas de langostas para salvar el porvenir.
La nuestra es una historia de resistencia, relatos de una tradición guerrera, de manos, bocas, frentes, piernas y nudillos. De ojos que abrieron un camino entre los hechos y el ahora. De rayos de luz que todos los días atraviesan los cristales e imprimen en papeles o sensores la huella de nuestra identidad.