Pinchando al payaso: por qué Joker hace agua por todos lados

Fotografía de 35 milímetros

Por Pablo Jeger para La Palta

Un robo, un escape y un payaso. Así empieza Joker, o Guasón, la película obligatoria del año que ya todo el mundo vio. Así empezaba también El Caballero de la Noche en 2008, excepto porque las dos secuencias son completamente distintas. Antes, hace once años, vimos un robo millonario a un banco, un crimen organizado que derivó en traiciones y unos cuantos cadáveres; un distrito financiero lleno de acción que recordaba a Fuego Contra Fuego y un Guasón que escapaba victorioso en un ómnibus escolar, prometiendo una explosión que cuelga de un hilo. Nada de eso hay en la primera escena de Joker: solo unos jóvenes robando un cartel, escapando a las corridas, burlando a un Guasón que ahora está del otro lado, es una víctima, y cae derrotado. El director Todd Phillips anticipa todo desde el principio: esto no es cine de superhéroes, no habrá grandes peleas ni escenas de acción, las persecuciones serán cortas, la violencia será más cruda, el Guasón es otro.

Tampoco hay un lugar estético para el cómic en Joker. Un breve e incompleto repaso: cuando en los 90 Joel Schumacher creó los Batman más olvidados logró también inmortalizar la Ciudad Gótica más icónica (ese hormiguero ciberpunk que parecía Blade Runner pasado por un filtro de Instagram). Después, claro, el estructurado Nolan decidió que Ciudad Gótica era una Nueva York bastante genérica. Phillips parte desde ese escenario, pero con una salvedad: lo mudó desde Wall Street a alguna zona más periférica, más marginal y plagada de roedores (alguien más viajado podrá ponerle el nombre del barrio neoyorquino que corresponda).

El diseño de producción es coherente con el personaje que toca retratar: Arthur Fleck, un trabajador precarizado, un paciente psiquiátrico sin atención médica del Estado, un verdadero excluido por el Sistema. Sistema, con mayúsculas (igual que Estado), resaltado en amarillo flúo. El Sistema, se sabe, es malo y cruel y en definitiva culpable del sinfín de tragedias que tenemos que presenciar. Y si eso no nos quedó claro, no importa, ya le tocará a Arthur verbalizarlo en el momento oportuno para que no haya ninguna duda. Phillips no se esfuerza en construir un superhéroe, pero sí un villano. El tono antisistema resulta muy utilitario: permite darle a la película un aire solemne, importante y adulto. De paso genera una lectura de crítica social y ya habrá (y quizás hubo) quien compare una revuelta de Joker con alguna otra en Chile o en Cataluña, o con el Mayo Francés o con la Revolución Rusa, porque cuando el enemigo es una gran franquicia siempre hay una comparación a la vuelta de la esquina.

El problema de Joker como crítica social es múltiple. Primero, que ese villano descentralizado y despersonificado lo marea a nuestro protagonista, lo enoja y no sabe a quién culpar. Se pelea con unos muchachos de Wall Street, con sus compañeros de trabajo, con el burgués Wayne, con el presentador de un talk-show, con su propia madre (porque la sociedad somos todos). Segundo, que Fleck carece de ideología y sus motivos son todos personales y circunstanciales. Phillips quiere presentar un escenario de anarquía, pero por momentos parece estar explicando por qué el chico se porta mal en clases: hay que entenderlo, tuvo una infancia difícil, no tiene papá, la madre está loca y le pegaba, no tienen un mango, etcétera. Quizás es un poco excesivo que la película le dé unos veintisiete motivos distintos a un delincuente con medicación psiquiátrica, pero sobre todo es torpe y frágil la conexión que intenta generar con el caos social. Y no es que Heath Ledger haya sido un académico barbudo y muy leído, pero incluso en su carácter declamatorio y bocón dejaba lugar a algo más procesado (“soy un agente del caos, el caos es justo”). El presentador del talk-show que encarna De Niro se encargará de aclarar ante las cámaras que Arthur Fleck no está haciendo una declaración política (lo cual parece más bien un acto fallido del guión: la película tampoco).

Joker no tiene mucha cámara para las manifestaciones sociales. Son un decorado que vemos de fondo, nos aseguran que está ahí pero no nos permiten verlo. ¿Por qué Phillips nos mezquina esa película? Principalmente porque se encarga de las causas, pero no de las consecuencias, de los desvaríos del payaso. Entonces en el medio de la toma solo hay lugar para Joaquin Phoenix, que parece dispuesto a ganar el Oscar que ya merece hace algunos años. Sí, claro que su actuación es memorable y enorme, porque se ríe y llora, y a veces hace ambas cosas al mismo tiempo. También se enoja y es violento, y baila mucho y abre los brazos constantemente, y adelgazó lo suficiente para que veamos sus costillas, lo cual por algún extraño motivo pasó a ser un sinónimo de gran actuación para la opinión pública.

Pero Phoenix no puede cargar con el peso del mundo. La narrativa es casi la de un unipersonal y no se permite el desarrollo de un personaje secundario, de manera que todos los otros intérpretes (la madre, la vecina, Wayne, el presentador, los compañeros de trabajo) son apenas accesorios en la vida de Arthur Fleck. Si Heath Ledger fue un gran Guasón no fue solo porque caminaba gracioso y adoptó una voz nasal sino más bien porque en sus escenas logró poner a sus compañeros en un nivel muy alto en el que no desentonaban (principalmente a su adversario, Christian Bale, pero también a Aaron Eckhart y a Maggie Gyllenhaal). Era un Riquelme 2007, mientras que Phoenix parece un Messi de la selección de Bauza.

En este panorama, a Joker le cuesta mucho arrancar para salir de su tono deprimente. Solo está permitido que el payaso atraviese malos momentos, mala fortuna, un gran malestar, que nadie lo quiera, que todos lo ignoren, que no ligue una, que deambule por la ciudad siendo maltratado y humillado por cualquier persona que se cruza (la escena del colectivo es un ejemplo de la falta de sutileza del guión). Durante más de la mitad de la película uno siente estar viendo una versión extendida del sketch de El peor día de tu vida de Videomatch, con las mismas risas de fondo, y al margen de algún momento aislado de humor negro todo el desenlace resulta no menos chato. Esa ausencia de matices en la trama es también un ancla emocional para Phoenix, que más allá de sus innumerables recursos no logra transmitir otra emoción que no sea de lástima, como un pintor limitado a usar un solo color primario.

Un par de horas después del robo del cartel, el Guasón será elevado por la multitud como un héroe, un revolucionario, un hombre que generó un cambio. Pero en el fondo no es más que una persona rota, con muchos problemas, que no sabe muy bien lo que quiere decir. Algo parecido pasó con esta película.