Soberanos y escindidos

La soberanía argentina se mide en los últimos tiempos en cadenas nacionales y cantos tribuneros, en contratos rescindidos por las razones correctas o equivocadas con fines igualmente ambiguos, pero enmarcados en el mismo discurso: podemos solos. De fronteras adentro, la soberanía bien entendida no siempre empieza por casa. Tropieza cuando no se llega al trabajo a horario por un piquete. Se trastorna cuando alguien debe salir a la calle a protestar por lo que le pertenece. Padece en un hospital a media máquina por falta de insumos o por un paro. Y no sabe si reir o llorar ante la ironía de la realidad de los pueblos originarios. Soberanos, sí, independientes, sí, desconectados ante la necesidad del otro, también.

En ese "podemos solos", hasta el intercambio, el mismo que hizo que crecer y enriquecerse económica y culturalmente a tantas civilizaciones a lo largo de la historia, ha sido vedado bajo el falso orgullo de "hecho en la Argentina". Soberanos, saltando porque el que no lo hace es un inglés, los argentinos no se preguntan qué viene después en la cadena de emancipaciones. Qué importan los resultados, las consecuencias, las contradicciones. Qué importa si se hace bien o se hace mal. Qué importa si el mismísimo Estado sale perdiendo o si había necesidades más urgentes.

La Real Academia Española reconoce a "altivo, soberbio o presumido" como una acepción antigua de la palabra soberano. Ojalá no vuelva a ponerse de moda por potestad del pueblo argentino.

Cecilia Morán

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