La religión como necesidad humana

Todos los seres humanos reclaman determinadas necesidades para poder subsistir de forma física, metal y espiritual. Si bien es cierto que es posible determinar elementos básicos para poder vivir, también es verdad que la complejidad de la vida hace inalcanzable la satisfacción y el equilibrio en la conducta de cada persona. Es aquí donde se torna indispensable una línea, un sustento, una prerrogativa. Desde el inicio de la historia, la religión ha marcado el camino de los hombres y mujeres, siendo la guía y la responsable del accionar humano. Así desde la antigüedad clásica, griegos y romanos delimitaban sus dioses y libraban su suerte a sus creencias.

A partir de aquí ya se podía observar la necesidad de los individuos de buscar explicaciones a lo inexplicable y sentir la fuerza de algo superior que vaya marcando el paso, distinguiendo lo correcto de lo incorrecto. Esa fuerza, energía o ser supremo que tenga el poder sobre todo lo experimentado.

Es por ello que a medida que la historia de la humanidad se desarrolló en el tiempo, el mundo fue desplazándose entre diferentes ideas o pensamientos que lideraron la conciencia colectiva.

Desde el surgimiento de la edad media definida como un periodo completamente teocéntrico, donde Dios era quien decidía sobre el destino de los hombres y de los pueblos, hasta el reconocimiento de una crisis en el pensamiento europeo caracterizado por la influencia de grandes personalidades como ser Darwin, Freud y Nietzsche quienes pusieron en  jaque todas las creencias e ideas que construían el orden social.

Además, con la ilustración, la razón le hizo frente a la religión para intentar dar respuestas claras a todos los fenómenos. Sin embargo, fueron muchos los conflictos que derivaron en grandes desacuerdos entre los hombres razonables. Así, la búsqueda de la inalcanzable objetividad y la imposición de métodos para construir leyes del mundo social, fueron algunos de los factores que generaron un profundo anhelo por conseguir el bienestar eterno.

He aquí donde se vuelve a lo que la antigüedad clásica ya preveía: La constante necesidad de apoyarse en algo omnipotente y que asegure la felicidad infinita.

Ahora bien, si los límites del accionar humano dependen, desde este punto de vista, de una fuerza superior, ¿Cómo distinguir lo que está bien y de lo que está mal? ¿Cómo reconocer lo prohibido de lo legal? ¿Cómo interpretar lo abstracto en lo material?

Muchos problemas fueron consecuencia de la religión, lo que llevó a las personas a reconocer figuras heroicas, mártires y santos que sirvieron de ejemplo a un mundo sin leyes de comportamiento lo suficientemente poderosas como para asegurar el orden total.

Ligado a ello, la moral y la ética siempre se manifestaron de la mano de la religión. Un modo sabio y positivo de aprovechar el misterio de la muerte para organizar el mundo.

Así, se hace inevitable afirmar que el ser humano, ya sea judío, católico, evangélico o ateo, siempre tiene algo en qué aferrarse: Dios, Buda, Allah, Jesucristo, Orisha, Cosmo o como se desee expresar.

Javier F. Sadir

jsadir@colectivolapalta.com.ar