“No me entendía como trans porque no había modelos de hombres trans”

“Soy Galo. Me gusta mucho mi nombre, me gusta mucho nombrarme, entonces siempre lo digo: soy Galo, soy un hombre trans. Y estoy orgulloso de eso”. 

Galo Ismael habla casi todo el tiempo con una sonrisa amplia que contagia. Está sentado en un banco de la plaza Belgrano -barrio Sur, Tucumán- con un bolso deportivo, y su camiseta azul y oro. Cuando se presenta suelta una catarata de datos que elige minuciosamente: “tengo 27 años, soy estudiante de Arqueología en la UNT (Universidad Nacional de Tucumán), soy trabajador del Espacio para la Memoria Escuelita de Famaillá, soy hincha de Boca y soy peronista”. La identidad, para Galo, es una construcción constante y consciente. Se nombra, se dice, se describe orgulloso de ser quien es. 

Saca el documento con su nombre y su foto. Le gusta mostrarlo no solo porque lo representa sino también porque sintetiza una lucha, una convicción. Una manera de habitar el mundo. Militó la ley de identidad de género cuando tenía 17 años sin saber que un día iba a valerse de esa herramienta para exigir su derecho a ser. “En ese momento todavía no me entendía como una transmasculinidad, me pensaba una lesbiana. Es que no había muchos modelos de hombres trans”. 

Y es por eso que el orgullo del que habla Galo es hacer visible todas las expresiones de género: el orgullo es, ante todo, un acto político necesario y urgente. “A la ley de identidad de género yo la entendía como un derecho para las mujeres trans porque para mí las personas transgéneros y travestis solo podían ser mujeres”, dice, al recordarse en 2012. 

Transicionar, la decisión que puso todo en su lugar

Reconocerse como una identidad trans fue, para Galo, un camino lleno de cuestionamientos que transitó acompañado . “Tuve suerte, tengo suerte”, dice una y otra vez, destacando que su círculo cercano siempre lo abrazó en sus decisiones. “En la secundaria -Escuela de Comercio N° 1-  nunca sentí presiones respecto de cómo debía ser yo. Sí las sentí después, cuando en un trabajo me decían 'tenés que venir de pollera' o se esperaba de mí que me comportara de determinadas maneras atribuibles a las mujeres. Y yo pensaba: ‘no quiero, no me sale, no soy’”. 

“En esta búsqueda de qué era lo que me sucedía empecé a ir hacia atrás en mi propia historia”, dice, y recuerda que cuando le tocaba actuar en la escuela se negaba a interpretar roles femeninos. “Ni siquiera en un contexto de actuación quería ponerme en ese papel”, admite. 

Era todavía un niño cuando escuchó por primera vez el nombre Galo. Fue durante unas vacaciones en Jujuy y le había gustado cómo sonaba. Recuerda que fantaseaba con un hijo que se llamara así. Que se imaginaba cómo debía pensar, sentir, actuar ese niño. Que así le hubiera gustado ser.  

A los 16 años, cuando renovó el documento de identidad, le llegó un ejemplar que decía ‘sexo: masculino’. “Nunca fui a corregir ese error. Decía que no lo cambiaba porque me daba fiaca hacer los trámites y en realidad, después lo pude ver, no lo cambiaba porque me gustaba que mi documento diga eso”, cuenta, e insiste con la necesidad de que en los medios de comunicación, en la escena pública y en política las diversidades sean visibles y estén representadas. 

Galo cuenta que el día que en Casa Rosada se entregaron los primeros DNIs con el cambio registral, le llamó la atención ver un hombre trans y empezó a reparar en eso.  “Recién entonces, cuando conocí las identidades trans masculinas, pude entender muchas cosas que me venían pasando. Pude identificarme en esas historias y decir: soy un hombre trans”. Asegura que, sin embargo, el camino empezó a hacerse cuesta arriba en el ámbito social e institucional: “ahora tocaba hacer el cambio registral, una terapia de hormonización, toparme con los obstáculos en el acceso a la salud. No fue fácil nombrarme hombre trans y que la sociedad todavía me tratara en femenino”. 

No fue fácil, pero muchas de sus dudas empezaron a encontrar respuestas y, como un rompecabezas, las piezas se acomodaron y encastraron perfectamente. 

Con la ley en la mano y la letra de memoria

La ley de Identidad de Género habla del derecho al trato digno. El artículo 12 dice con toda claridad que deberá respetarse la identidad de género adoptada por las personas que utilicen un nombre de pila distinto al consignado en su documento nacional de identidad. “En un momento decidí que ya nombrándome Galo, ya nombrándome masculinidad, iba a hacer lo imposible para que todo el mundo lo haga así”, dice el estudiante de Arqueología, y cuenta que cuando se inscribió en esa carrera aún no tenía hecho el cambio registral; sin embargo, al intentar anotarse amparado en una ley que ya llevaba ocho años de vigencia, se encontró con que nadie en esa administración la conocía. Nadie sabía cómo tenía que proceder. 

“Ya habían empezado las evaluaciones del cursillo de ingreso y yo todavía no sabía si estaba inscripto o no. Había pasado por cuatro oficinas distintas, explicándole a siete personas distintas la misma situación. Y todas, con mucha amabilidad, me pedían que haga una nota dirigida a tal lado para que me autoricen. En medio de toda esa incertidumbre pensaba: ‘y mi profesor, ¿qué nombre tiene en la lista? ¿Qué voy a hacer si me llaman por el nombre anterior? ¿Por qué alguien tiene que autorizar a que me llame como me llamo si hay una ley desde hace tantos años?”. Entonces, dirá Galo en más de una oportunidad, con la ley aprobada y reglamentada no alcanza. 

Galo lleva casi dos años cursando una carrera que elige día a día. “No puede ser que hayan pasado ocho años y que no conocieran la ley de Identidad de Género hasta que me inscribí yo. Eso quiere decir que en ese tiempo no se inscribió ninguna persona trans o lo hizo alguna con su identidad vulnerada”, señala. Por eso insiste en que no alcanza la norma aprobada: porque quienes deben aplicarla día a día no la conocen. “Es una ley que he leído en toda su extensión y que tengo siempre a mano; sé de memoria la mayoría de los artículos”, cuenta.

Termina la entrevista y se tiene que ir a entrenar. Se despide entre risas y abrazos no sin antes hacerse tiempo para contar un par de anécdotas más. Recibió su DNI un 6 de enero. “No es que sentí que empezaba todo, porque ya había empezado desde siempre. Yo no nací cuando me entregaron el DNI diciendo que soy Galo, yo nací cuando nací. Pero la facilidad para acceder a los derechos sí nació cuando me dieron este cartoncito que hoy tengo gracias a las compañeras que pusieron la fuerza, la militancia y el fuego de la lucha, y me enseñaron que había que involucrarse porque somos parte de una construcción colectiva”.