Cáncer de mama, una historia en primera persona

Foto de Elena Nicolay I La Palta

Carmen entra y es una revolución. Habita los espacios y no pasa desapercibida. Puede ser por su pelo rosa. Puede ser por la elocuencia con la que habla. Puede ser por su voz clara y brillante. Antes de irse te entrega una cinta con un alfiler. No invade. Pide permiso para dejarla en tus manos y te recomienda colocarla con cuidado. “Es por el octubre rosa. Yo soy una sobreviviente del cáncer de mama”, dice. Lo que no dice es que sigue luchando contra una enfermedad que pensó que le pasaba a otras personas. Y como no lo dice, no parece que continúe librando esa batalla. Parece absolutamente sana y saludable. Parece que se lleva el mundo por delante. 

Carmen Ovejero es el nombre propio de la historia que puede contarse gracias a una detección temprana. “Temprana entre comillas, porque tuve los resultados de mis primeros estudios guardados durante un año y medio”, dirá en esta entrevista. Fueron sus amigas y su cuñada quienes la ‘obligaron’ a sacar esos estudios y consultar con un especialista. Esa red de contención se unió a su familia y es la que la contiene y la acompaña. 

La lucha por la concientización en la detección temprana del cáncer de mama es una de las banderas que hoy levanta y que suma a sus banderas feministas. Sabe que tener el diagnóstico con anterioridad, quizás, le hubiera allanado el camino. Cuenta su historia porque siente que, quizás así, otras mujeres dejen de postergar estudios preventivos. Cuenta su historia, también, para que quien atraviese esta enfermedad sepa que el camino, aunque duro y agotador, puede hacerse acompañada. “No desde la compasión, sino desde el amor”, dirá en más de una oportunidad.

¿Cómo supiste que tenías cáncer?¿Cuáles fueron esos primeros pasos?

Los primeros pasos se convirtieron en los primeros errores. Alguna vez, bañándome me palpé unos bultitos que eran bastante notorios y no le di importancia. Busqué la explicación más cómoda y fue relacionarlo con la época en que dí la teta y se habían formado unos ‘nodulitos’ de leche y pensé que no tenían peligrosidad. Lo comenté al pasar a mi familia y a mis amigas. Luego fui a la ginecóloga y me hice una ecografía pero como ella había dejado de trabajar con la obra social que yo tenía, no busqué otra profesional y quedaron esos estudios abandonados en un rincón. Hasta que un día llegó mi cuñada, la esposa de mi hermano, y me contó que sacó un turno con su ginecólogo. “Trae esos estudios viejos que tenés y le mostremos'', me dijo. Los vio el médico y no pudo disimular su cara de preocupación. Me derivó a un mastólogo y con una biopsia se confirmó el cáncer. 

¿Cómo se lo dijiste a tu familia?¿Cuál fue su reacción?

Mi familia estaba desesperada. Y yo estaba como abstraída, no entendía demasiado porque no sentía nada, no me sentía enferma. El diagnóstico definitivo lo tuve en octubre de 2018 y empecé el tratamiento en noviembre de ese mismo año. Fue muy importante contar con esas redes de contención que tejemos las mujeres, porque fueron ellas, mis amigas y mi cuñada, las que me llevaron al ginecólogo. Y fue mi cuñada la que me ayudó a contarle a mi familia. Hicimos como si yo no supiera que les iba a contar porque no quería estar cuando se enteren. Decirle a mi hijo fue un alivio. Le propuse que lloremos juntos pero que luego teníamos que ver cómo seguir. Le expliqué que me iba a cambiar el cuerpo, que se me iba a caer el pelo. Le pedí que hablemos con total normalidad de este tema porque es necesario sacudirnos el tabú y también para que se lo pueda contar a sus amigos. No buscando la compasión pero tampoco escondiendo las emociones.

¿Cómo cambió tu vida?

Mi vida cambió radicalmente. Soy profesora de educación física, profesora de gimnasia artística, participaba de torneos y tuve que renunciar no solo a mi cuerpo, sino también a trabajar. Dejé de ser quien generaba los ingresos en mi casa. Pero me encontré con una hermosa reacción de mi entorno que ha sido de mucho amor. No sentí nunca la lástima sino que todo lo que me brindaron fue desde el amor. Pero la enfermedad fue muy dura. Perdí mi cuerpo pero no hablo en el sentido estético solamente. 

¿En qué sentidos perdiste tu cuerpo?

Este tratamiento me hizo muy mal. Me aparecieron una serie de alergias y empecé a tomar corticoides. Fue un golpe en mi salud tremendo. Un golpe que arrasó a toda mi familia. No podía respirar, no podía caminar y nadie podía hacer nada. En 2019 empecé con fallas respiratorias. No podía ni siquiera hablar porque me faltaba el aire permanentemente. Mientras iba engordando o poniéndome cada vez más hinchada, se me iba cambiando el color de la piel. Tenía noches terribles de 42 grados de temperatura durmiendo encima de gel refrigerante. O me las pasaba abrazada al inodoro por los vómitos. Había noches que me dormía agotada del dolor y me despertaba por el mismo dolor. Han sido días duros y mi hijo, con apenas quince años, los vivió conmigo. Y siempre muy consciente de que nadie podía hacer nada por mí, en el sentido de que estaba viviendo un tratamiento muy invasivo que mientras mata células cancerígenas te mata por dentro todo. 

Foto de Elen Nicolay | La Palta

Además de tu familia, ¿de qué te agarraste para atravesar este camino?

Me gusta manejarme desde el humor negro y eso me ayudó un montón. Me he reído mucho. Pero además, Yudith, una amiga que ya falleció, me invitó a participar de las cocinas comunitarias. Al principio no iba a colaborar demasiado porque no podía ni caminar. En 2020, en plena pandemia, me invitaron a un programa de radio para charlar del octubre rosa y de entrevistada pasé a conductora. Sumarme a las cocinas comunitarias y participar de este espacio me sacó de la cama. Desde el principio, para conectarme a las reuniones por zoom, empecé a arreglarme y a buscar el lugar más lindo de la casa. Fue muy importante dejar la cama. Después me invitaron a conducir un programa de radio y con mi oncólogo gestionamos un permiso especial para transitar en tiempos de pandemia y poder ir a la radio. Eso cambió todos mis ánimos. 

¿En qué instancia de tu enfermedad estás ahora?

Estoy transitando las quimio menos agresivas. Esta es la tercera temporada de la enfermedad. Tomo una pastilla diaria, porque mi cáncer se alimenta de las hormonas así que tengo una menopausia inducida. Tengo varias fallas orgánicas que aparecieron por el tratamiento en mis pulmones, en mis intestinos, en mi médula. He venido haciendo tratamiento hematológico además del oncológico pero miro hacia atrás y me doy cuenta que no me caí emocionalmente gracias a mi entorno. Tengo días de mucho cansancio, que no tengo ganas de nada. No tengo ganas de volver al hospital y hacerme los estudios para control, ni seguir con los medicamentos. Pero sigo adelante. 

¿Qué sentís que podés compartir con las personas en este octubre rosa?

A la gente les diría que si sospecha, no pierda el tiempo y se haga el estudio correspondiente. Y aún si no sospecha que se haga periódicamente los controles. Pienso que no hay que tener miedo y hablar del cáncer, de la muerte, de los escenarios posibles. Y que si conocen a alguien atravesando esta enfermedad, le brinden su apoyo. 

 
 

Foto de Elena Nicolay | La Palta

Carmen pide disculpas por haberse emocionado mientras contaba su historia. Se ríe y contagia vida. En un primer momento, cuando el pelo le volvió a crecer, lo había teñido de violeta porque simboliza la lucha feminista. Ahora es un rosa fuerte. “Hoy lo tengo de este color porque es mi expresión de lo que estoy atravesando”, dice orgullosa. 

El cáncer le quitó su cuerpo y la vida como la conocía. Su lucha la puso en otro lugar, con las fuerzas renovadas y volviendo a ejercer la docencia. La cinta rosa es, para Carmen, la manera de recordarle a las personas que hoy es un buen día para hacerse una mamografía y decidir por la salud propia y la del entorno que las rodea.