La poesía imperfecta
Es la primera noche del mes de julio, pero no hace mucho frío. El patio está decorado sólo con lucecitas de colores y esa penumbra disimula las caras de los asistentes que se congregan en pequeños grupitos y charlan. Algunos miran a las pajareras llenas de papelitos doblados sin animarse a tocarlas. Otros espían las habitaciones sin saber si entrar a ver lo que exhiben sus paredes. Nadie parece saber muy bien lo que está por ocurrir o si eso mismo ya es parte, ni siquiera los que ya han participado en oportunidades anteriores. En algún momento alguien desde alguna puerta empieza a hablar hasta que los murmullos de los grupos que charlan se van apagando. Todos vuelven la cabeza buscando el sonido. Entonces, por algún lado empieza a andar la poesía.
Es alguna noche de diciembre. Hace calor, pero se soporta. De una terraza, bajando por las escaleras, emerge Mirtha Legrand. La gente que mira los libros de los stands, a pedido de ella, le hace palmas y, acto seguido, son todos invitados a subir. Arriba comen pizza con ella una serie de personajes excéntricos que hablan de editoriales independientes en Tucumán, leen poesía y esquivan los prejuicios de ‘La Señora’. Al final hay música, entre versos de Música para quemados, el libro que se presenta y que sirve de excusa para la noche.
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Juan Gómez Romero, Natalia Mamaní y Luciana García Barraza se conocieron en un taller literario. Compartían el gusto por la literatura, la costumbre de guardar tímidamente en cajones los textos de su autoría y el ruido que les hacían esos recitales de poesía a los que solían ir: la mesa larga sobre alguna tarima, el mantel borravino o verde inglés, los que leen y los que escuchan, los poetas con sus biografías decoradas con publicaciones, los asistentes derechos en sus sillas con un café o con nada, levantando la vista al poeta.
“Hay un imaginario de cómo son los eventos de poesía, qué son los café literarios: siempre hay una relación asimétrica y eso es inamovible, el que lee siempre está de este lado y el que escucha siempre está del otro. Esto nos rondó un montón en la cabeza hasta que empezamos a conocer otros espacios”, cuenta Luciana.
“En las primeras reuniones lo importante era debatir acerca de la poesía, los ciclos y mantener una mirada política sobre eso: tiene que ver con que el arte sea colectivo, autogestionado, que tenga una mirada ante ciertos reclamos de las minorías. De las reuniones salíamos con muchas ideas. Las primeras discusiones que teníamos eran ‘¿cómo hacemos para poder interactuar con el público de una manera más cotidiana, más cercana, más íntima?’”, agrega Juan.
El nombre surgió como una conclusión lógica de tantas charlas: Perfectxs Desconocidxs. “Hasta el nombre tiene que ver con lo que pensamos, somos desconocidos, venimos acá a traer nuestro arte. ¿Cómo nos definimos? No sabemos.”
Imperfecciones
El primer encuentro fue en mayo de 2016 en un espacio público, pequeño e íntimo en que los textos se leían de pie, como una manera de cambiar ese escenario de mesa y mantel.
Luego las charlas, las lecturas y las reuniones fueron llevándolos por caminos diferentes y, con el tiempo, la apuesta se hizo mayor. “En el primero invitamos a gente a leer o a cantar y nos veíamos directamente ahí. En el siguiente surgió que algunos se querían reunir con nosotros antes y nos dimos cuenta que si hacíamos eso pasaban otras cosas”, dice Natalia. Luciana completa la idea: “tiene que ver con darle valor al proceso, en las reuniones se generan cosas hermosas que te hacen conocer a la otra persona, de la que te llevás mucho; podés construir muchas cosas. A veces vamos con una idea y ese día salen debates que tienen que ver con las experiencias. Te compromete mucho personalmente, y eso da la intensidad y hace que ese momento sea tan mágico”. Se volvió entonces requisito fundamental asistir a esta suerte de reuniones/ensayo previas para construir juntos el evento.
Por otra parte, la literatura, que había sido el envión primario, comenzó a enredarse y enriquecerse con otras disciplinas como la música, las artes visuales o el teatro (desde la transformación y el disfraz, como el caso de aquella particular ‘Chiqui’ Legrand) para construir un solo lenguaje, una sola gran manifestación artística. “La poesía también puede estar habitada de teatro y requerir un compromiso con el cuerpo; lo perfomático puede tener mucho de poético. Es muy rico, se va tomando de cada cosa y se termina formando ese todo orgánico. Puede entrar en conflicto pero se sigue relacionando”, explican los tres.
Pero hay un ingrediente más que se ha vuelto una especie de marca registrada de lo que hoy es el Perfectxs: el juego de ir cambiando de espacios. Además de bares, el evento se realizó en casas (particulares y culturales) y hasta en el parque 9 de Julio.
“Generamos una relación muy íntima con el espacio. En el caso de una casa, el hecho de limpiarla, de organizar los espacios y que cada uno elija un lugar para intervenirlo y decir desde ese lugar. Es increíble cómo se va generando el ambiente también”, cuenta Luciana. El evento es itinerante y la idea de hacerlo en un lugar o en otro va surgiendo junto con el nuevo concepto que dará forma a la presentación. El lugar se convierte en un personaje más que impregna de una realidad con códigos propios a quienes, curiosos, deciden cruzar el umbral.
Yo con todos
Sorpresa, extrañeza y cierta incomodidad son las sensaciones que parecen sobrevolar al público que se aventura a ir a ver algo sin tener la menor idea de lo que allí ocurrirá. La poesía no es algo que empieza y termina con aplausos, sino que lo atraviesa todo, es contenido y es forma. De entre el tumulto alguien empieza a hablar, a cantar, a recitar y entonces el círculo se abre a su alrededor y la gente se mira buscando el desconcierto propio en las caras ajenas. Y es que nadie sabe con certeza con qué se encontrará esta vez, ni aun los propios organizadores. Lejos de los poetas que leen siempre desde una tarima, un paso más arriba de quienes escuchan, aquí hay una horizontalidad buscada, una cercanía, una intimidad con el público: “siempre hemos pensando en el espectador participante, no en interpelarlo agresivamente sino en que forme parte, entienda o no lo que pasa, moviéndose en el espacio. Creo que eso ya te moviliza. Todo el que va se va con algo, se va con una sensación de ‘¿qué ha pasado aquí?’”, cuenta Juan.
Se genera entonces un clima distinto, un juego en el que todos participan, una búsqueda imprecisa que empieza en los ensayos previos y termina, quizá, de tomar forma esa noche junto con los que se acercaron a participar. “Nos sostiene a nosotros desde un lugar de acción, de construcción de sentido, no sólo de lectura y escritura”, dice Luciana.
La imprevisibilidad está dada en gran parte por el hecho de ser una creación colectiva, un proceso grupal a fuerza de reuniones, debates y nuevas incorporaciones. “Fuimos aprendiendo a trabajar colectivamente. Es todo un proceso pensarse en la grupalidad”, confiesa Natalia y entre los tres explican que lo que une a ese grupo diverso de artistas es quizá la idea de desacralizar el arte, sacarlo de sus lugares comunes, bajarlo al llano, y mostrarlo como una parte de lo cotidiano. Incómodos con el calificativo de ‘gestores culturales’ prefieren pensarse como ‘conectores’ o, dicho entre risas, algo así como ‘mediums culturales’, responsables de reunir a un grupo de artistas diversos, ‘en sana anarquía’ con afán rupturista.
El Perfectxs desconocidxs ya va por su quinta edición y promete muchas más, quizá porque abre las puertas a lo que hace rato empujaba por entrar y no se lleva con las mesas de manteles color borravino y esos silencios solemnes. Imprevisible e imperfecta es la poesía que crece en Tucumán. Sin muchas claridades, repreguntando, inventando nuevos sentidos. “Siempre seguimos buscando, y los que van también tienen eso. Eso de ir buscando algo.”